El hombre y la montaña han permanecido en contacto desde tiempos inmemorables. Y hoy, el solo gusto por subir se ha convertido en un evolucionado estilo de vida que sigue en proceso, y que personajes como Claudio Díaz (72), saben muy bien narrar.
Por Claudia Benavídez. Fotos gentileza Claudio Díaz.
Esta entrevista fue realizada a mediados del año 2019, mientras Claudio cruzaba en velero el Atlántico hacia Europa desde New Port.
De un principio, jamás se consideró el concepto de “montañismo” para referirse a la disciplina que es hoy. De hecho, muchas hazañas se han llevado a cabo en la alta montaña hace siglos y sin alguna connotación deportiva: la adoración de dioses por parte de los indígenas, y luego, los viajes y excursiones por parte de los conquistadores para la explotación de sus recursos naturales, por ejemplo (cabe destacar que la historia del alpinismo nos llevará indudablemente a los Alpes, pues alpinismo es otra palabra para hacer referencia al montañismo originado en Europa).
Otra etapa evolutiva la aportan los extranjeros y aventureros de todo el mundo, quienes, sin más motivación que acumular el mayor número de cumbres en sus cuerpos, comienzan a concretar las primeras ascensiones de orden deportivo, para luego avanzar hacia una etapa de deporte más organizado, donde surgen los primeros clubes y federaciones a principios del siglo XX. Y en Chile, en 1970, se funda la Escuela Nacional de Montaña, haciendo que se difundiera aún más la disciplina.
Hoy, independiente de su denominación, el arte de realizar excursiones por las montañas ha evolucionado y se ha especializado considerablemente para todos quienes están convencidos de que este, es mucho más que un deporte: es un estilo de vida y de ver el mundo que solo la montaña ofrece.
La historia de otros pocos
Muchos estarán de acuerdo en que la forma más fácil y segura para iniciarse en este deporte es hacerlo con una compañía experimentada, pues, esperar a aprender de los errores de alguien igualmente inexperto, podría ser mortal. Una posibilidad es asistir a centros donde se imparten diferentes cursos, los que aprobados, permitirán que el principiante continúe y realice escalas sin guía.
En este sentido, Claudio Díaz (de 72 años), el emblemático fundador de la Escuela Nacional de Instructores de Esquí y Snowboard de Chile, y padre de los renombrados hermanos Manuel, “Chopo” y Soledad Díaz, sabe muy bien cómo ha progresado la actividad deportiva en la alta montaña.
Pero advierte: “estas preguntas te las contesto con una condición: no soy un ícono en esto”.
Desde muy temprana edad se crió recorriendo los grandiosos paisajes que rodeaban su casa, en Farellones. “Efectivamente, salimos de una sociedad tradicionalista en donde el esparcimiento y el tiempo libre, y el elegir un camino propio, era sancionado por la sociedad de los 60”, agrega.
Por entonces, pretender un estilo de vida distinto era un pecado del que las familias se avergonzaban, según él. “Si su hijo no estaba en la universidad, lo escondían, le inventaban éxitos foráneos, etc. A mí me pasó cuando dejé la universidad y el confort hogareño para partir a los 18 al viejo continente -lo mismo que sigo haciendo hoy- pero ahora, con cero peso de una familia pudiente y sin la frase lapidaria y pesimista de mi gran padre: ‘que te vaya bien’. Ahí comienza una historia de vida, la mía y la de pocos entonces, y cada vez más, hoy en día”, parte escribiendo desde su velero de 38 pies, rumbo a cruzar el Atlántico hacia Europa desde New Port, en Antares (año 2019).
Una vida de esparcimiento
“¿Me preguntas por el deporte sénior? Te quedaste en el siglo pasado; países de viejos, Europa, USA, y en el mismo bote donde voy yo, todos son viejos de mucho más de 45 años”, escribe Claudio. “Recién a los 55, percibes el fin, ves menos, escuchas poco, meas mucho (próstata), reflexionas más, sonríes más y ya no te interesa imponerte. Pero el físico se conserva, te mueves más lento pero te mueves mejor que uno de 25. La experiencia te fortalece, pocos la reconocen (en países como el nuestro no se aprecia la experiencia) e intentan, sin mala fe, de marginarte”, reflexiona.
Respecto a su primer deporte, fue velocista de 50 m, 80, 200 y 400 m. “Luego troté toda mi vida. Si no lo hacía, era como una sensación de no haberse lavado los dientes”, dice. Así fue hasta que la rodilla derecha lo limitó a seguir con esto.
Sin embargo, su vida de esparcimiento comienza mucho más temprano. Su padre fue ciclista y fundador del Club Andino de Chile, uno de esos clubes pioneros en los deportes de montaña; y su tío Alejandro, participó en olimpiadas.
Rodeado por una familia empresarial de la década del 50, comenzó a participar en una especie de retiros espirituales que se organizaban en Lo Valdés, por parte del colegio donde estudiaba. “Rodeado de esas majestuosas montañas, El morado, el volcán San José, aprendí sobre la creación de Dios y la naturaleza, nuestra madre, tan depredada por siglos”, recuerda.
Aquí se crió y aquí mismo volvió tras haber vivido 14 años de su juventud en la Europa de los 70, recorrer los Alpes y egresar de Chamomix junto a otros tantos soñadores como Myriam Torralbo, con la intención de fundar, en 1983, la mencionada Escuela Nacional de Instructores de Esquí y Snowboard de Chile.
“Por eso insisto, en que esta historia no es mía, sino de otros pocos apasionados por descubrir un estilo de vida distinto. Hoy, ‘exportamos’ alrededor de 200 profesores certificados internacionalmente, y abastecemos de profesores a todos los centros del país”, cuenta.
Y continúa: “ya para entonces, mi religiosidad había cambiado. En mi vida nómada visité catedrales y mil iglesias, pequeñas, grandes. Pero mi Dios pasó a ser la naturaleza. Después de 14 años por Europa, y siendo guía de excursiones en Egipto, terminé aburrido de tanto nomadismo, ya con los ojos embalsados de tanta montaña y belleza natural”.
Así fue como, de un día para otro, se casó. Soñaba con una bata de levantarse, con pantuflas y con un hogar que imaginaba sin tener la menor idea de lo que era, confiesa.

Un estilo de vida que se hereda
“La Martita, mi esposa, es la página más relevante de mi historia (y esto mismo lo podrán contar varios de mis colegas, hoy casados, empresarios, con niños en el colegio o ya abuelos)…me preguntas por mis hijos: Claudia de 41 años, Chopo de 37, Sole de 35, Manuel de 32 y Cata de 20, a quien mandamos cuando salió del colegio a que fuera a desenvolverse sola a Maui, Hawái, con la tarea de aprender inglés y desaparecer”, cuenta.
“Los niños”, como dice Claudio, se criaron nómades, creciendo entre los inviernos propios de Farellones y asistiendo a un colegio rural, “por lo que fui cuestionado muchas veces por mis pares: ‘te educaste en el mejor colegio de la época y tienes a tus hijos en una escuelita, qué acierto’, me decían. Pues bien, orgulloso de tenerlos como pares, compartimos la natura. Es el tema familiar recurrente. Y precio de criar hijos nómadas, con Martita tenemos un solo nieto, Thor (de 5 años)”, dice.
Sin embargo, “no es fácil ser padre y madre de hijos que arriesgan su vida como profesión. Nacieron en el medio hostil de la montaña, la conocen, la montaña los crió, pero a pesar de ser muy serios en ello, cualquier cosa puede pasar. No quiero pensar en ello”, confiesa.
Generaciones de cambio
“Mi generación era la era de la carta manuscrita, como ésta, pero con la estampilla, el sobre y el buzón, y la larga espera de la respuesta”, finaliza Claudio desde una isla en New Port, donde el siguiente atisbo de tierra lo verá a Azores, en medio del Atlántico. “Maravilloso desafío a los 71 años, para luego avanzar hacia Inglaterra”, escribe.
Respecto al montañismo, “la nuestra, era una generación más lenta pero infinitamente más noble. Confío plenamente en lo que se viene y en que las nuevas generaciones deberán solucionar todas las cagadas que se mandó la nuestra. Serán capaces de hacerlo solo si la ambición y el dios billete, finalmente, no se impone. Pero, como te decía, si esto puede incentivar a posibles indecisos a disfrutar del tiempo de la vida y a seguir sus pasiones, este artículo tendrá sentido”, concluye.