¡Adéntrate y navega por los Campos de Hielo con estas imágenes! Revive la experiencia que nos comparte Jocelyne Jadue junto con el fotógrafo outdoor Paolo Ávila.
Por Jocelyne Jadue. Fotos Paolo Ávila.
Hoy día cuesta creer que, con tanto avance, todavía existan lugares indómitos y vírgenes. Y en este sentido, la Patagonia chilena es uno de los secretos naturales mejor guardados del planeta. Sí, todavía existe un Chile indomable.
Un ejemplo de lugar indómito son los Campos de Hielo Sur que se encuentran en la Región de Aysén, los que nos invitan a recorrer espacios llenos de vida y a realizar diversas actividades deportivas como escalada, montañismo y tirolesa.
Recorrer este paraíso natural también es adentrarse en un ambiente envuelto de historia y de aventuras, mientras caminamos por bosques centenarios y en compañía de diversos glaciares de magnitud. Se trata de un paraíso sublime, que se busca preservar y que hoy se abre al mundo.

¿Qué son los Campos de Hielo?
Existen los Campos de Hielo Norte y los Campos de Hielo Sur y un 85% de ellos se encuentran en territorio chileno. Los Campos de Hielo son una gran extensión de masa de hielo terrestre donde se forman ventisqueros y glaciares.
Excursionando la Patagonia
Junto con Paolo Ávila, autor de las increíbles fotografías que aquí vemos, comenzamos nuestra aventura extrema hacia uno de los lugares más inexplorados de la Patagonia Chilena, gracias al apoyo y al trabajo en conjunto de Conaf y de la Asociación de guías de la zona.
Partimos el viaje en una barcaza por el lago O’Higgins, momento en que iniciamos también nuestra desconexión del mundo tradicional, obligándonos a volver a lo básico, a la compañía, a las charlas y a beber un mate bien amargo.
Poco a poco nos fuimos dirigiendo hacia los Campos de Hielo Sur, navegando entre glaciares que se iban desprendiendo, quedando a la deriva del lago y de bosques milenarios.

La tercera masa de hielo continental del planeta
Llegamos hasta el punto de partida del sendero, donde sentimos que volvimos al pasado, pues habían dos casas de colonos de más de 100 años de antigüedad que todavía guardan secretos de tiempos memorables, los que son contados con recelo por los descendientes y actuales guardianes de estos Campos de Hielo.
Así dimos paso a un desafiante recorrido que iniciamos avanzando por un bosque de ñires, lengas y mañíos, mientras respirábamos aire puro y nos deleitábamos con las primeras montañas para luego sorprendernos con una vista panorámica de los Campos de Hielo Sur, la tercera masa de hielo continental del planeta.
Las exigencias físicas, técnicas y mentales se hicieron notar desde el primer día, durante el cual también fuimos apreciando los cambios climáticos, así como los diversos tipos de terrenos.
El primer día nos adentramos en bosques, cruzamos ríos y observamos cascadas, incluso, tuvimos que atravesar acarreos mientras sentíamos interminables las piedras por las que caminábamos.
Pero nada iba a evitar que al finalizar el día lográramos llegar hasta la tirolesa para atravesar un paso de agua con una vista sin igual: a nuestra derecha una cascada y a nuestra izquierda una magnífica masa de hielo, la cual nos iba a acompañar los siguientes días.
Finalmente, logramos llegar a nuestro primer refugio y campamento base, “el domo”.


Campos de Hielo Sur, ¿cómo llegar?
1. Desde Tortel: navegando hacia los glaciares Jorge Montt y Bernardo.
2. Desde Villa O’Higgins: navegando por el lago O’Higgins en dirección hacia los glaciares O’Higgins, Chico, Bravo, Mellizo Sur, Oriental y Quiroz.
Hacia el refugio Piedras Rojas
El domo, nuestro refugio, fue el punto donde pudimos convivir con quienes compartiríamos el resto de los días bajo un cielo estrellado, frente a un glaciar y montañas blancas sin igual.
Para los días siguientes, nos dimos cuenta que el cambiante clima iba a dirigir nuestros planes pues corríamos el riesgo de que llegara una tormenta. Finalmente, tuvimos que resguardarnos en este refugio por unos días.
Pero avanzando los días, pudimos adentrarnos en el hielo continental que habíamos contemplado a lo lejos, y nuestra misión ahora era buscar un segundo domo, el de Piedras Rojas.
El camino era alucinante y exigía diversas técnicas de tránsito, por roca, hielo etc., siendo necesario el uso de crampones.
Durante el recorrido apreciamos glaciares de montaña que se mezclaban con los glaciares de tierra, y observamos ríos internos formados con el paso del tiempo producto de los deshielos.


Iban pasando las horas y una llegaba a pensar que no había fin, pero después de un par de horas comenzamos a observar una montaña con ciertos tonos rojizos y una vegetación colorida que nos vino a dar una nueva sorpresa.
La montaña rojiza fue apareciendo como un lugar de ensueño en medio de tanta inmensidad blanca, era un lugar inesperado para nosotros y también era la señal que nos guiaría hasta el siguiente domo.
Nuestra larga caminata estuvo acompañada por vientos fuertes y lluvias, pero este itinerante clima tenía algo más que darnos: el segundo domo nos estaba esperando con uno de los atardeceres más espectaculares y sorprendentes que hayamos visto.
Viaje de regreso
La noche fue desafiante y mientras más avanzábamos el viento se tornaba aún mayor.
Esa noche ninguno durmió, veíamos que la tormenta era inminente, así que considerando nuestras capacidades y posibilidades, y evitando todo riesgo, decidimos regresar del viaje a la mañana siguiente.
Al volver pasamos por nuevas aventuras, esta vez, realizando progresiones en hielo con todos los resguardos posibles. Aquí experimentamos la soledad que se siente al estar en un punto bastante impresionante y a la vez, relativamente pequeño… una sensación difícil de explicar.
Caminamos por 3 horas sin darnos cuenta cuánto habíamos recorrido porque el tiempo no era parte de nuestras vivencias. En este lugar nos desconectamos cada vez más del mundo real y menos natural, para vivir historias sin igual y que quedarán para toda la vida.



Finalmente nos embarcamos a nuestro punto de retorno, el primer domo, ese que había recibido a un grupo de aventureros en soledad y que ahora ellos, despedían agradeciendo la experiencia, la belleza del lugar, el compañerismo encontrado y las aventuras vividas.
Pero antes de irnos nos adentramos en los bosques, los que terminaron por acogernos una noche más porque la tormenta nuevamente era inminente, y detenerse era la única forma segura de llegar a nuestro punto de destino.
Al otro día volvimos al punto de partida, donde uno de los descendientes de colonos nos recibió con los brazos abiertos en su casa, quedando inundados de historia y de pasado otra vez, además de participar de la tradición de la zona: comer cordero al palo y tortas fritas. Como dice el dicho, “guatita llena, corazón contento”.
Así dimos fin a nuestra aventura, celebrando agradecidos lo que nos ofreció este remoto y solitario lugar que en miles de años, ha sido tan poco explorado.
Comentarios recientes