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Ernesto Olivares, un educador al aire libre

Montañista y educador, Ernesto Olivares es un ícono del outdoor en Chile, no solo por sus logros sino también por las enseñanzas que ha transmitido a muchas generaciones. 

Por Emmanuel Vallejos. Fotos gentileza Ernesto Olivares.


Ernesto Olivares Miranda nació en Chile, y fue aquí donde comenzó a recorrer algunos paisajes naturales junto a su padre. Pero fue en Bolivia, particularmente en Santa Cruz de la Sierra, donde consolidó su amor por la vida al aire libre y por las montañas, también junto a su padre. Su primera cumbre fue el Tunari, luego llegaron al Everest, al Makalu, el Lhotse, entre muchos otros. 

Animado por su progenitor, en Bolivia comenzó a realizar sus primeras salidas guiando en la montaña. Aquí comandaba equipos jóvenes con el fin de poder compartir los conocimientos y sensaciones que le entregaba la naturaleza. 

“Diría que la naturaleza es un libro abierto donde niños, adolescentes, jóvenes, adultos e incluso personas de la tercera edad, van a encontrar una fuente de inspiración que, seguramente, les va a entregar muchas herramientas para vincularse con lo que nos rodea”, dice el montañista.


Monte Tyree, segunda montaña más alta de la Antártida

El autoconocimiento

Desde la práctica, Ernesto comenzó por desarrollar una serie de conceptos a la hora de enseñar sobre vida al aire libre. Para él, lo primero es lograr que la persona se conozca, partiendo desde cómo respira hasta cómo camina. Luego, suele continuar con conceptos relacionados con la seguridad, el conocimiento del entorno y el clima. 

“Más allá de lo que yo pueda enseñar, hay algo que es fundamental para nuestra relación con el entorno, y es el autoconocimiento. Creo que la naturaleza es uno de los lugares privilegiados para que las personas tengamos la oportunidad de conocernos, pues cada paso te permite saber cuál es tu condición”, comenta.

En este sentido, es importante saber quiénes serán los guiados con el fin de ayudarlos a encontrar la mejor forma de conocerse, opina Ernesto; y entender que cada grupo según su edad, tiene necesidades y procedimientos distintos al momento de aprender.

“En los pequeños existe la curiosidad, que nace muchas veces del poco conocimiento que tienen sobre lo que los rodea porque, probablemente, no han tenido muchas instancias para relacionarse con la flora y fauna. Ahí la instrucción va asociada a los juegos, aunque estos son transversales”, dice Ernesto. “En la naturaleza, independientemente de la edad, todas las personas juegan y es el rol del guía cuidarlos de los accidentes”, agrega. 



De alumno a profesor

Ernesto sabe qué significa ser un niño en medio de la naturaleza. Recuerda que su padre lo llevaba al Cajón del Maipo todos los fines de semana cuando vivían en Chile, y cuando llegaron a Bolivia, continuaron con el afán de visitar otros espacios naturales. 

Pero no se demoró tanto en soltar la mano de su padre para aventurarse en compañía de sus pares, siempre actuando con resiliencia, lo que le ha servido desde que, en su primera agrupación académica ligada a la montaña, se le quiso prohibir el participar.

“A los 14 años convencí a mi papá para que me enviara a un internado, para tener más contacto con niños de mi edad. Me mandaron de Santa Cruz de la Sierra a Cochabamba, a 2.580 metros sobre el nivel del mar”, recuerda. 

“Y a mitad de año llegó un gringo, quien formó la rama de montaña del colegio”, continúa. “En la primera clase me quería echar por chico, pero el único requisito que habían puesto eran las notas, entonces le dije: ‘si me echa a mí se tienen que ir todos, porque hoy soy el mejor alumno de este colegio’. Eso fue lo que me salvó y ahí partí con el montañismo. Luego se vino una expedición al Tunari —que era para lo que se había creado el ramo— una montaña de 5.200 metros a la que al final, llegaron tres personas: un chico de cuarto medio, un normalista y yo, que era la mascota del grupo”.  

En un comienzo sus conocimientos no estaban ligados más que a buscar mejorar su rendimiento personal, confiesa. Pero con el tiempo se dio cuenta de que, lo que realmente lo llenaba, no era solo conectarse consigo mismo, sino llevar a otras personas a alcanzar la conexión. 

“Diría que esto llegó sin darme cuenta, tal vez en mi subconsciente estaba el anhelo. Desde pequeño tomé cursos de primeros auxilios por la necesidad de estar preparado. A los 16 años me inscribí en la Cruz Roja y formé parte de grupos de rescate”, cuenta.

Cuando entró a estudiar a la universidad, tomó el curso de instructor de montaña con Claudio Lucero —por ese entonces, profesor de la rama de montañismo en la Universidad Católica— para luego continuar perfeccionándose en la Escuela Nacional de Montaña. “Siempre fue con el anhelo de tener más herramientas para escalar”, dice. 

Luego de dar más de 20 años de cátedra en la universidad, Claudio Lucero se jubiló. Y tiempo después, Ernesto se enteraría que fue este mismo profesor quien lo recomendó para reemplazar su lugar. Desde ese entonces, volvió a su casa de estudios, ya no como alumno sino como profesor. 


“Lo que nunca imaginé fue que ese camino de instrucción y capacitación me iba a llevar a hacer clases en la Universidad Católica, en la Chile, en la SEK, en la Andrés Bello y en institutos. Pero fue inconsciente, quería ser un mejor deportista y, la verdad, me siento más orgulloso de ser un mejor profesor”, agrega. 

Cuando Ernesto se prepara para dar clases, es inevitable para él acordarse del gran  gran formador que fue Claudio Lucero. “Siempre dije que me impactaba cómo era capaz de cautivar. Creo que él fue el modelo que me motivó a tomar este camino”, comenta. 

En este camino también lo apoyaron muy de cerca su madre y su padre. “Ellos vieron que en este hijo —que estudiaba para ser ingeniero— había algo que lo apasionaba más: la educación al aire libre”, dice. 

“Y entre los apremios económicos que se puede tener siendo profesor, creo que me quedo lejos con la retribución que se gana al enseñar el respeto por la vida a cientos de personas”, continúa el montañista. 

La motivación para regresar a la universidad, ya no como alumno sino como profesor de montañismo, nació principalmente porque se sintió agradecido ante la oportunidad de hacerlo. “Y también gracias a Claudio Lucero, por la pasión y la dedicación que nos transmitió a todos los que fuimos sus alumnos. Creo que de él heredé la pasión por enseñar y entender que, finalmente, esto es un estilo de vida”, comenta.

Y agrega: “el contacto con la naturaleza nos entrega una visión que la ciudad no nos permite, que tiene que ver con esa mirada más íntima del ser humano. La soledad de un sendero, la brisa de un valle, te permiten volver a lo esencial. Ahí es donde el ser humano se encuentra con sus limitaciones, con sus miedos. Pero también se encuentra con otros, que quieren recorrer ese camino que termina generando vínculos humanos que son para siempre. De hecho, mis mejores amigos están vinculados a esta actividad. Me di cuenta de que, finalmente, convertirse en profesor es la mejor forma de dar las gracias”, dice Ernesto Olivares.



De profesor a maestro

Al partir el curso, Ernesto les da la bienvenida a sus alumnos: “si en este curso logran conocer un nuevo amigo y logran ampliar su red, entonces este curso cumplió con creces su finalidad. Ahora, si además aprenden a subir cerros, quiere decir que lo hicimos increíblemente bien”, les dice. 

Luego, “me sucede que alumnos que ya no están en mi clase, que abandonaron la universidad, regresan para decirme presencialmente lo que hizo el montañismo por ellos”, agrega. 

Así es como Ernesto ha continuado el camino que le encomendó Claudio Lucero: acompañar a las distintas generaciones en su crecimiento personal, y dejar de ser profesor para convertirse en maestro.

“Lucero decía que cuando un alumno supera a su profesor este entra en un rango distinto, es maestro. No creo haber alcanzado ese rango todavía. Pero me alegra mucho cuando un alumno hace cosas que pueden ser un aporte no solo para las distintas disciplinas, sino también para ellos mismos. Ahí entiendes que les entregaste las herramientas de buena manera. Se siente una realización enorme, un orgullo curioso, que es como cuando un hijo alcanza un éxito en su vida”, comenta Ernesto.

Finalmente, la decisión de enseñar y no solo ser montañista es algo que personalmente le ha dado un giro a su vida, dice. 

“Ser un educador al aire libre presenta múltiples desafíos, tantos como escalar una montaña física en cualquier lugar del mundo. Vas a cuestionar la decisión, preguntarte si lo estás haciendo bien y si lo vas a lograr. Pero yo diría que, la retribución que se tiene al tomar un camino como este, es muy grande. No es económica, es para el alma y le da un sentido a tu camino. Esta pasión y este llamado desde el interior para transmitir a otros el amor por lo que nos rodea, es algo que no se compra con nada”, concluye el montañista.


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