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Cerros urbanos como Espacios Comunes

“Buscamos visibilizar la variedad de las acciones colectivas que ocurren en torno a los cerros de Santiago, que los reclaman como espacios comunes naturales e íconos de la naturaleza de la ciudad”. Con este propósito, dos investigadores recogieron y registraron los esfuerzos, muchas veces ocultos, de distintas comunidades que sueñan con proteger y dar vida a sus cerros.

Por María José Hepp. Fotos Marcos Zegers.


Cada vez hay más personas que se unen y van al cerro a disfrutar de este espacio compartido, pero que también van a cuidarlo, protegerlo y enseñar a otros cómo hacer lo mismo. Personas que se apropian y revalorizan los cerros isla de Santiago, que trabajan creando una relación ecológica con los elementos y que comparten un propósito colectivo. Estas son las personas que la investigación “Cerros Urbanos Como Espacios Comunes” busca visibilizar, dando cuenta de la importancia de las prácticas sociales que se están llevando a cabo en los espacios naturales de la ciudad.

Fernanda Ruiz y Francisco Vásquez son dos investigadores que decidieron indagar en las acciones colectivas que se están llevando a cabo en los cerros de Santiago, esto a través del lente de los comunes urbanos, una mirada para entender de forma diferente las prácticas socio-espaciales y que se aleja de los discursos imperantes sobre lo que se comprende como espacio público.

Con este fin, seleccionaron tres cerros como casos de estudio -el cerro Renca, en Quilicura y Renca, el cerro Quimey de San Bernardo, y el cerro La Ballena ubicado en Puente Alto- para adentrarse y registrar las experiencias de distintos grupos y organizaciones en la protección y reapropiación de estos espacios compartidos.

“Todo partió con los comunes como una aproximación diferente al espacio. Yo había tenido un acercamiento con eso, y, hablando con Fernanda, ella también había entrado en ese tema con sus estudios”, cuenta Francisco Vásquez, ingeniero en recursos naturales de la Universidad de Chile e investigador independiente en Ecología Política Urbana, sobre el inicio de la investigación. Añade que se aproximaron a la investigación con una mirada totalmente abierta, “siempre pensando ‘no sabemos lo que hay’, con una intuición que era ‘en los cerros pasan muchas cosas’, pero no sabemos el nivel y el alcance de eso”.

La documentación se llevó a cabo entre marzo y noviembre de 2019 a través de metodologías participativas y audiovisuales. “Escogimos esa aproximación porque lo que nos importaba era poner en relevancia cómo la misma gente que vive alrededor de un cerro se apropia de este espacio, o lo interviene o hace algo por cuidarlo”, explica Fernanda Ruiz, arquitecta de la Universidad Católica y co-fundadora de la fundación Cerros Isla. Así, los investigadores fueron muchas veces a encontrarse, compartir y conversar con gente que, desinteresadamente, había decidido hacer algo por cuidar los cerros.

Descubriendo el camino

La experiencia, según cuentan los investigadores, estuvo llena de sorpresas y de encuentros, pues todo lo que tenían al empezar eran indicios. Al llegar al cerro Quimey, vieron muchas intervenciones: escaleras pintadas, carteles que promueven el buen uso del espacio, aperturas en los cercos para dar acceso y una serie de jardines autoconstruidos. “Decíamos: ‘qué interesante, pero ¿quién las hizo?’. Quedaba la duda si las hizo el municipio o un grupo de personas hace rato”, relata Francisco, “porque no encontrábamos a nadie, hasta que de repente apareció lo que tenía que aparecer”, continúa.



Detrás de las intervenciones en el cerro Quimey está un grupo de señoras que, voluntariamente, se han involucrado y hecho cargo en el cuidado de la naturaleza del cerro. Según los registros de la investigación, es un grupo de mujeres “cuya fuerza y energía logran contagiar paulatinamente cada vez a más vecinas, todas en pos de aprovechar y cuidar el cerro para todos”. Se apropiaron de la zona para combatir el abandono y la delincuencia en el lugar, y empezaron por pintar neumáticos y recoger basura. Han ido incluyendo a sus vecinos para que apadrinen los almendros que aún quedan en el cerro, y les enseñan cómo cuidar de ellos.

Los investigadores las llaman las Madrinas de los Árboles. “Ellas decían que estaban ‘apadrinando árboles’, cuando en realidad eran puras mujeres. Entonces nosotros dijimos ‘no, ustedes están amadrinando’, que tenía una potencia también”, dice Francisco Vásquez, agregando que lo que casi siempre ocurre es que son mujeres las que lideran este tipo de iniciativas pero que, lamentablemente, suelen ser las más invisibilizadas.

Otra mujer protagonista en la investigación es Adela, una mujer mapuche que, junto a otros miembros de la comunidad Quiñileo Neculeo, sube al cerro Renca para realizar distintos ritos y celebraciones. El respeto y cuidado de la naturaleza y de este espacio compartido es lo que busca enseñar a otros. Adela y su comunidad han creado un vínculo especial con el lugar, y ella se ha propuesto recuperar los elementos naturales que alguna vez hubo en el cerro.

Nuevos vínculos

Una de las mujeres del cerro Quimey y Adela terminaron juntándose tras la investigación, y eso es algo que Fernanda dice ser parte del valor que hay en visibilizar las distintas experiencias. “Es importante no sentir que uno está haciendo eso solo. Cuando te das cuenta que hay alguien en otra comuna que está tratando de hacer lo mismo, o parecido que tú, es súper interesante compartir esa experiencia, ver cuáles son los cruces y los puntos en común”, destaca la arquitecta.

“Yo creo que tiene mucho que ver con los comunes. Este enfoque para nosotros no es solo una cosa teórica, todo lo contrario, es vivencial”, agrega Francisco, “creo que apela a eso, a fomentar las relaciones sociales, apela a la solidaridad, apela a la potencia de auto-organizarse”. Asegura creer que es inherente que las luchas particulares finalmente se encuentren unas con otras para, finalmente, sacar lo mejor de cada iniciativa. “Obviamente las cosas demoran, toman tiempo, pero yo creo que el círculo virtuoso se da porque el propósito de cada persona que quiere defender el cerro es muy noble y es muy colectivo. Yo creo que eso atrae, la ley de atracción atrae colaboración”.



En los resultados de su investigación están documentados muchas más organizaciones como las de las mujeres empoderadas ya mencionadas. En otro de los cerros más “desconocidos” o barriales, el cerro La Ballena, hay más agrupaciones e iniciativas que trabajan en la protección del espacio: 70 hectáreas que representan la mitad de las áreas verdes municipales. Ride Cordillera, por ejemplo, es un grupo de ciclistas de montaña que busca promover el cuidado del cerro y “devolverle la mano”, esto a través de la construcción de senderos con el menor impacto posible y jornadas de limpieza. Biósfera Mía, en el mismo cerro, trabaja con la educación ambiental. Desde distintos sectores de la capital, los voluntarios se reúnen para limpiar y recuperar especies nativas del cerro.

En los registros se refleja que la educación y el crear consciencia es algo transversal a gran parte de las organizaciones. Alkütun es una de ellas, un grupo de jóvenes que hacen visitas guiadas al cerro Renca y que creen que desde el mismo cerro se puede reconstruir la historia de Santiago. Para ellos, los cerros son “aulas libres”, y su propuesta se basa en la educación geográfica e histórica que fomente la conciencia sobre la naturaleza, y de cuenta de la destrucción que ha vivenciado y las causas detrás del estado de abandono de los cerros.

En aquel mismo cerro está Renca Nativa, una agrupación dedicada a fomentar la apreciación la flora y fauna de este espacio. A través de la puesta en valor de los elementos naturales del cerro y la apropiación del espacio, buscan proteger el espacio de proyectos que pudiesen dañar el ecosistema. Creen que los intereses colectivos naturalmente primarán por sobre los individuales.

¿Quién se hace cargo?

Esos intereses individuales son un riesgo presente, pues gran parte de los cerros isla son de propiedad privada. “Yo creo que es un tema central que juega en contra”, comenta Francisco, “yo sí creo que no tiene sentido tener cerros privados abandonados”. Agrega que la solución no es pasarle el terreno a lo público pues, aunque no lo sabemos, podría estar peor. Según el investigador, el verdadero problema está en lo absoluto de lo privado y el que no tenga una función social y ecológica, como en muchos otros países, pues así se podría intervenir para proteger los cerros. Da como ejemplo las áreas naturales protegidas privadas, que funcionan. Así, lo crucial es que quien sea dueño, se haga cargo: “Da lo mismo si son 10, son 15 dueños, pero no puede ser que no se hagan cargo de la basura, no puede ser que no se hagan cargo de que se seque y se incendie”.

Fernanda Ruiz indica que el hecho de que los cerros sean de propiedad privada, pero que, a la vez, sean designados como áreas verdes por el plan regulador “ha generado este espacio que es medio ‘terreno de nadie’, pero quizás eso también ha permitido, en esa indefinición que quién se hace cargo, que surjan estas experiencias”. Explica que, a diferencia de lugares como el San Cristóbal, que tienen un parque, una administración, estos espacios abandonados abren una posibilidad: “Ha permitido este tipo de prácticas, que se pueden tildar de informales, pero que nosotros las miramos a través de este ojo de los comunes urbanos. Son prácticas distintas, que no hay un interés individual detrás, y quizás va dando muestra de que pueden haber otras formas o vías de cuidar o consolidar un espacio compartido, que no es necesariamente de arriba hacia abajo”.



Tanto Francisco como Fernanda esperan poder continuar con este tipo de investigaciones y extenderlas a otros espacios naturales dentro de la ciudad que caen en condiciones similares que los cerros isla: “Por ejemplo, los bordes de los ríos que, como es zona de inundación, no se puede hacer nada y pasa a ser estos terrenos que están en el olvido, entre lo privado y lo público, y tienen todo el potencial en términos ecológicos para naturalizar la ciudad”, dice Fernanda.

Francisco Vásquez hace hincapié en un detalle relevante: no es solo la normativa la que tiene los espacios en las condiciones en que están, somos nosotros como sociedad también los responsables. “Le damos la espalda a todo, a los ríos, a los bosques, a los humedales, a la costa, a la cordillera. Chile es cordillera y costa y le damos la espalda a los dos”, dice el investigador, pero también ve una oportunidad en el hecho de que haya gente que se está empoderando al darse cuenta de los elementos que les rodean. Francisco añade que le encantaría tener la oportunidad de, en un futuro, realizar algo transmedia, explorar las posibilidades que otorgan las herramientas digitales y la comunicación para poder llegar a la mayor cantidad de gente posible.


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