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Rompiendo Esquemas

El repaso que hace Patricia Soto de su trayectoria es reflexivo. Los logros no la han nublado, su conclusión siempre termina en que todo lo vivido ha sido un aprendizaje. Aquí cuenta con increíble calma porqué se ha dado así, en una invitación a lo fácil que puede ser la superación.

Por Alejandro Casanueva. Fotos por Cici Rivarola.

Cuando la sencillez fluye, todo se simplifica. Si el camino presenta trabas y dudas, este se vuelve forzoso naturalmente y pierde su belleza. Mucho de lo hermoso que se presenta ante nuestros ojos, está dado por su simpleza. El estado puro de las cosas es la propiedad que otorga vigor y calidad.

La pasión, sin dudas, reúne esas cualidades. ¿Qué más auténtico y genuino que la pasión misma, la exaltación directa del alma que permite que todo tenga sentido por un momento? Es el desequilibrio individual perfecto, propio, que hace que todo se mueva sin esfuerzo.

Las frases hechas en relación a la amenidad de la rutina si se tiene amor por ella, tienen significancias mucho más profundas que sus resultados prácticos. Es, precisamente, disfrutar vivir. Al gozar el camino, los pies van ligeros y lo importante no es el final, sino el propio camino, a propósito de frases hechas. En el momento en que se encuentra esa ruta, es donde desaparecen las piedras y esta se admira, se hace fácil.

El anhelo es universal y merecedores quienes buscaron esa sabiduría y pueden disfrutarla, algo que afortunadamente está al alcance del humano.

Patricia Andrea Soto Bórquez vive aquello en cada idea que dice. Lo respira y transmite en sus gestos, en su mirada al relatar anécdotas y reflexiones. Sin arrepentimientos ni conclusiones confusas. Con agradecimiento y lecciones valiosas, sabiendo que todo lo que ha recibido es inevitable no mirarlo con satisfacción.

El aspecto físico de Patricia es quizás la mejor representación de lo dicho. Una mujer bajita (1m55cm. aprox.) lejos de pensar en alguien que aparenta ser un deportista de alto rendimiento. En alguien que subió el Everest y completó las Siete Cumbres; convirtiéndose en la primera mujer sudamericana en lograr ambas cosas. Sin embargo, ella ha preferido la discreción. Es un sitio que le acomoda más, que la ha permitido avanzar sin tantos obstáculos y menos atención. Sus logros son consecuentes con el estilo de vida que ha llevado. Sigilosos. Tal como se encontró con que ha sido su mayor descubrimiento: la montaña. Porque así fue. La grandeza en el envase más simple de todos.

“Yo llegué a la montaña recién en la universidad. Estudiando Trabajo Social en la Universidad Católica (Campus San Joaquín); donde había un curso de montaña dentro de los electivos obligatorios que había que tomar. Básicamente me tincó, luego de recibir la invitación de una amiga para que tomáramos el curso juntas. Yo de cierta manera tenía alguna conexión con la naturaleza porque me encantaba salir de camping con mi familia cuando era más chica (viviendo en Melipilla y Talagante), pero esa era mi mayor referencia, nada más. Y sin embargo, ahí estuvo la magia de todo, que cuando conocí el montañismo, inmediatamente me sentí cómoda”.

“Tuve la suerte de crecer con una escuela muy bonita, liderada por Claudio Lucero, cuya filosofía, como base, estaba en generar lazos, compañerismo, el conocimiento mutuo. Fue algo que nos inculcó siempre, sin priorizar resultados. Yo creo que la competitividad nace auténticamente y se desarrolla sola. En algunos estuvo y en otros no, pero nunca se forzó a nada. En mí sí estuvo, por lo tanto, siempre me sentí acompañada”.

“A medida que sentía que la montaña me gustaba cada vez más, fui alimentando mis deseos con una formación muy sana y sólida. Los valores que Claudio nos enseñó en la universidad y posteriormente, los supimos adoptar perfectamente y fueron nuestro guía en cada excursión. Por eso considero que la competitividad de la forma en cómo se dio, fue muy buena. Es, muchas veces, una rabia bien orientada. Es algo propio. Pero el valor grupal jamás se perdió en todas las salidas a terreno que fui. Eso finalmente fue dejando una huella más duradera, evitando el egoísmo y disfrutando el proceso”.

Efectivamente, una vez que Patricia se unió al mundo de la montaña, fue desarrollando una relación que al día de hoy, ha tenido muy pocos baches. Rápidamente se encontró con que casi todos los fines de semana subía algún cerro o iba a alguna actividad de capacitación.

La instantánea pasión se produjo en ella, hizo que naturalmente fuera destacando dentro del grupo, combinando el entusiasmo con  su perseverancia.

Para cuando había terminado la carrera y Ciencias Políticas (que luego estudió conjuntamente con Trabajo Social) ya tenía en su registro ascensiones en el Cerro el Plomo (5.4242 msnm.), La Paloma (4910), el Volcán San José (5856), entre otros clásicos de la zona central.



En 1994, tomó el curso de guía de montaña en la Federación de Andinismo de Chile. A partir de allí, su vocación por un momento fue puesta en dilema. Con dos profesiones bajo el brazo, se debatió entre seguir ejerciendo esta especialidad o dedicarse de lleno a la montaña, como guía y deportista. Previo al magíster, ella ya había experimentado el rubro, trabajando como asistente social por más de un año.

Terminó optando por lo segundo. En el fondo, sabía que el aquí y el ahora en ese momento era salir afuera, seguir nutriéndose de la pureza de las expediciones. Era un sentimiento muy poderoso que no pudo pasar por alto.

“Si hubiera seguido siempre mi corazón, quizás no habría sido tan difícil elegir, pero hubo momentos de crisis vocacional mientras estudiaba en que puse mucho esfuerzo en decidir qué era lo siguiente que había que hacer. Tomé ramos de Psicología, Sociología y Ciencias Políticas, que fue finalmente la carrera que saqué con Trabajo Social. No  era lo que más me atraía, pero con el tiempo fui apreciando las distintas herramientas que me daba, diferentes miradas y por sobre todo, una base muy firme”.

“Pasar por ese proceso replantea las cosas, es natural. Pero finalmente estaba en una etapa de mi vida en que todo se dio hacia la montaña. Me fui acercando más con la gente que me rodeaba, nos fuimos empujando mutuamente. Me casé con un montañista, eso influyó mucho también. Todo se alineaba en una dirección. Y evidentemente a mí me gustaba mucho, era imposible no ver la pasión que yo sentía por pertenecer a todo eso”.

Patricia direccionó su vida profesional trabajando para empresas como guía de montaña y al mismo tiempo capacitándose para conseguir sus objetivos. Si bien eran ambiciosos, su ventaja estaba en no afrontarlos como tal. Simplemente, afirma, estaba disfrutando cada momento sin poner atención a la magnitud de los desafíos. Se trataba de un estilo de vida y eso facilitó mucho las cosas, porque los esfuerzos estaban puestos en las diferentes maneras de poder seguir conociendo y evidentemente en ese ejercicio la montaña se fue haciendo su hogar.

“Lógicamente de ascender algo como el Monte Everest, no era una idea loca; venía hace rato trabajando en altura. Solo por dar un ejemplo, estuve más de 20 veces en el Aconcagua (6960 msnm.) frecuentemente, por lo que la decisión no fue ninguna sorpresa, ya estaba totalmente aclimatada”.

“Mi vida era la montaña, pasaba muchísimo tiempo ahí. Si me preguntas por metodologías de entrenamiento especiales ante la dificultad de subir cumbres altas, no las conozco. Mi entrenamiento no era entrenamiento, era vivir y pasar el mayor tiempo posible en terreno, respirar el aire, pertenecer a la montaña. Jamás fui a un gimnasio de forma regular, o hice regímenes especiales de comida. Pasaba el tiempo en las montañas. Lejos el mejor entrenamiento”.

“Lo que nos motivaba, como grupo, era la aventura, las ganas de conocer y averiguar las formas de cómo podíamos hacerlo. Sentía mucha curiosidad por ir a todos esos lugares de los que me hablaban: Rusia, Asia, África”.

Mi mayor ventaja para conseguir los ascensos no era precisamente buscar los récords. Muy lejos de eso, era el hecho mismo de tener la posibilidad de conocer distintos paisajes, culturas, vivencias”.

La interiorización de Patricia con el alpinismo fue progresivamente intensa de un modo muy espontáneo. La montaña, entre un período muy largo (1996 a 2009, calcula), fue su vida, y por tanto, luego de un lapso se sentía parte de ella, originaria en muchas maneras. El momento del ascenso al Everest (montaña más alta de la Tierra con 8848 msnm.) fue la expresión de todo ese recorrido sentimental: “sentí que estaba en mi casa”.

La historia detrás de la expedición al Everest tiene diferentes razones y significados. Si bien ella ya había experimentado lo que es vivir en alta montaña, con un cuerpo aclimatado y con más de 20 ascensiones, por ejemplo, al Aconcagua, aventurarse a la cumbre de la cordillera del Himalaya parecía un desafío diferente. La dificultad, en muchos sentidos, estaba en romper barreras. Porque, para ese entonces (2001), las empresas de turismo y guiado no acostumbraban a respaldar expediciones femeninas de tal magnitud, puesto que no había una larga evidencia de quienes lo habían conseguido con mediana facilidad. También porque ninguna mujer en Sudamérica lo había conseguido.


Equipo de seguridad y de escalada de Patricia.

Sabiendo que la solución no era buscando a terceros, confió de lleno en esta convicción, en seguir su instinto de superar el miedo y atreverse. Interrumpe y reflexiona sobre aquello mientras cuenta el camino detrás de la hazaña. “Pensar en grande es algo que tiene que formarse desde pequeños. Hay que entregar esas herramientas para que la mujer no sienta una distancia con el hombre, porque a mí hasta el día de hoy me llama la atención que muchas mujeres están escondidas. Yo conozco el ambiente, conozco a varias personalmente y a otras por referencia, personas con muchas cualidades y talento, pero que sin embargo se quedan, algo no les permite avanzar. Pero es el miedo, la poca seguridad en sí mismas de saber que pueden derribar esos estigmas y creer en sus capacidades, o bien pelear por ellas”.

Teniendo eso en mente, y junto a un grupo conformado por Vivianne Cuq, Cristina Prieto y Andrea Muñoz, decidieron dejar la dependencia y los obstáculos que hacían la misión más difícil de lo que ellas querían. Sin invitaciones, (que era la opción que en un principio estaban esperando) ni contrataciones de guías de montaña, las cuatro formaron el grupo femenino que en mayo de 2001 se lanzó a ascender la cumbre más alta del planeta.

La expedición que pretendía atacar la cumbre, la completaban Christian Cuq, Francisco Medina y Phillipe Reuter. El 19 de mayo estaban en el campamento base y el 23 de mayo Patricia, Cristina, Phillipe, Vivianne y Christian consiguieron la hazaña.

“El 19 de mayo partimos Cristina, Andrea y yo desde el Base rumbo al Campo II a encontrarnos con el resto del grupo. El día siguiente descansamos, ya que el 21 nos iríamos rumbo al Campo III. A partir del Campo III, Andrea, Cristina y yo seríamos una cordada. Demás está decir lo bien que lo pasamos”.

“Esa noche dormimos con oxígeno por primera vez. O,5 litros por minuto. Es súper incómodo, tanto que desperté y descubrí que había tirado la máscara lejos. Al día siguiente, salimos como a las 7 de la mañana nosotras tres, el resto del grupo partió a las cuatro y media. Nosotras preferimos salir más tarde por el frío. Éramos más de 40 personas subiendo del Campo III al IV”.

“Así que la hora había llegado. Llegamos como a las una de la tarde y estuvimos hasta las seis derritiendo agua. Sólo pudimos descansar una hora, ya que a las 19:00 horas empezamos a prepararnos para salir. Cerca de las 22 horas partimos todos juntos rumbo a la cumbre. No sentí el frío tan fuerte, pero sí el viento que corría mucho. Éramos una fila de linternas subiendo. Personalmente me iba quedando dormida”.

“Cuando llegamos al Campo V (ubicado a 8.400 -aunque ya no se usa-), hicimos cambio de botella de oxígeno y partimos juntos a la cumbre. Por primera vez caminé junto a un sherpa y fue muy bueno porque iba solita para arriba ya que a esa altura el grupo se había dispersado”.

“Subir, subir, subir, ésa era la premisa. El cerro es tan parado que sólo en dos ocasiones mis pies se pudieron relajar. Comenzó a amanecer y observé luces en el lado tibetano de gente que venía subiendo. Fue maravilloso. Ver la sombra del Everest reflejada en un costado, me recordó el Aconcagua. Subir, subir, hasta que llegué a la cumbre sur y vi por primera vez el famoso Escalón de Hillary. Estuve como 20 minutos allí, ya que Willy Benegas junto a sus sherpas estaban colocando cuerdas fijas, así que había taco”.

“Se abrió la ruta y a caminar. Por primera vez pensé que lo lograría, casi me pongo a llorar, pero no podía, tenía que concentrarme, el paso es de cuidado aún con cuerdas fijas. De hecho, me afirmé de una anilla para poder levantarme, sortear un obstáculo y las cuerdas se rompieron, pero no pasó nada porque estaba atada a otra cuerda”.

“Desde el escalón a la cumbre era harto, me habían dicho que sólo 10 minutos, para mí fue una eternidad. Cuando vi gente al fondo me di cuenta que era la cumbre, que lo lograría…”.

“Willy venía de vuelta, me abrazó y felicitó. Luego me preguntó quién era. Me dio mucha risa, vamos tan disfrazados que es imposible saber quién es quién. De hecho, alguien más me saludó después y hasta el día de hoy no sé quién fue”.

“El día estaba maravilloso, lo había logrado: estaba en la cima del mundo. La montaña esperó por mí. Enferma y todo lo hice. Luego llegó Cristina, Vivianne y Phillipe. Christian arribó a la cumbre más tarde, lo cruzamos cuando veníamos bajando”.

“La bajada no fue nada de fácil para mí. Phillipe me tuvo que ayudar porque venía agotadísima. El oxígeno se me acabó en la cumbre, así que me costó un mundo bajar de la cumbre a la cumbre sur, donde habíamos dejado botellas de reserva. Menos mal. Botella nueva, 2,5 litros por minuto, lo mismo que usé de subida y bajada. Sólo de bajada me di cuenta de lo mucho que había subido y de los lugares por los que había pasado”.

“Llegada al Collado y a descansar, no nos daba el cuero para bajar al III ese día. Dormimos como lirones. Desperté a las cinco de la mañana llorando, me di cuenta de que había subido el Everest”.

“La bajada fue lenta pero segura, aunque les confieso que cuando más miedo pase fue el 25 al bajar por última vez el Khumbu. Dios mío, caían las avalanchas, se salían los anclajes, fue horrible. Pero llegamos todos a salvo al Base”.



Patricia, Cristina y Vivianne se convirtieron en ese momento las primeras mujeres sudamericanas en alcanzar la cima del Everest. Andrea no lo consiguió, algo que Patricia lamenta porque Andrea siempre estuvo con ellas. Incluso les dejo agua derretida en la carpa antes de bajar; a fin de que ellas no perdieran tiempo en eso.

“Afortunadamente, en todas las expediciones que he hecho con mi círculo más cercano, he estado acompañada. El Everest fue lo mismo. Independiente del resultado, sabíamos que teníamos que actuar responsablemente, cuidando los valores que compartíamos. Estando tan cerca de la cima es muy difícil no querer lanzarse como sea, por eso rescato lo de Andrea, porque supo tener presente el compañerismo”.

El Everest significó para Patricia abrir una puerta. No cerró una etapa, sino que sintió que todavía podía hacer muchas cosas. La escena de la cumbre alimentó aún más su curiosidad innata. Los logros inéditos en el contexto sudamericano los fue encadenando por deseo natural y no para batir récords y ser pionera.

El más destacado: ser nuevamente la primera mujer en Sudamérica en completar las Siete Cumbres, es decir, los siete puntos más altos de cada continente. Éstos son: Aconcagua (América del Sur; 6960 msnm.; año 2001), McKinley (América del Norte; 6190; 2003), Elbrus (Europa; 5642; 2004), Kilimanjaro (África; 5891; 2005), Vinson (Antártica; 4897; 2006), Jaya (Oceanía, 4884, 2007), además del Everest.

Lejos de conseguir facilidades luego de ascender el Everest, los proyectos para ir a estos desafíos siempre fue engorroso. Pero finalmente era la persistencia y la paciencia las que permitieron que su sueño se concretara.

“Conseguir respaldo y auspicios siempre ha sido difícil, pero en el fondo sabía que eso no me iba a detener. Mi curiosidad por conocer era tan grande que me las arreglé de cualquier forma para ir a las Siete Cumbres, siendo paciente, haciendo uno por año y ayudándonos entre la mayor cantidad de personas posibles. Sabía que de una forma u otra, lo iba a lograr”.

La trayectoria de Patricia ha sido extensa y agotadora. Tuvo que dejar la actividad por un momento para replantearse ciertas cosas. Dudas que aparecen luego de haber conseguido todo lo planeado inicialmente. En 2004 trabajó en una oficina nuevamente. Luego volvió a la montaña  pero después, nuevamente, se alejó.

Hoy, con 47 años, está viviendo la reunión de todas las experiencias acumuladas. El momento exacto en que su ideología y logros se juntaron para transmitirlos: la docencia. Actualmente es instructora de NOLS, en Coyhaique, aunque está viajando constantemente a Estados Unidos y Alaska. NOLS es una escuela que se dedica a formar líderes, tanto humanos como técnicos, de vida al aire libre.

Los cursos de NOLS se desarrollan en un formato de expedición por lugares aislados, remotos y poco visitados y su duración varía desde los 7 hasta 95 días. Incluye cursos como excursionismo, montañismo, kayak de mar y de río, espeleología, cabalgatas, escalada en roca y esquí. Los programas están pensados para personas entre los 14 y 50 años.

“Estoy en una etapa muy bonita, tengo la posibilidad de transmitir todo lo que he aprendido. Eso es lo que me apasiona hoy, formar líderes, abrir puertas y derribar barreras, enseñar a tener fe por sobre todas las cosas. Que las personas se atrevan, sobre todo las mujeres, a perseguir algo, porque las herramientas están. La vida me ha enseñado que si te centras en las dificultades, obviamente todo se va a volver más difícil. La motivación para ir por el objetivo es lo único que debe importar, las excusas no existen”. Esta historia continuará, puesto que Patricia ya esta planeando su próxima aventura… como ella misma dice: “El día que me vaya al cajón, será el momento de descansar, hay un mundo por explorar y salir a cuidar. La tierra nos necesita hoy. Montañistas, ciudadanos, habitantes de este mundo conocedores y responsables en el actuar”.

Esta entrevista apareció en la edición de Mayo-Junio 2018.



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