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La vida secreta de los guías turísticos

De norte a sur, existen historias que han sorprendido a los guías turísticos de nuestro país. Conversamos con algunos de ellos para conocer de cerca sus anécdotas y experiencias más extremas en medio de la naturaleza.

Por Paulina Mendoza. Ilustraciones por Valentina Sánchez.

Las voces oficiales del mundo outdoor tienen muchas historias que contar. Ya sea en la montaña o en el mar o de norte a sur, los guías turísticos de nuestro país conviven a diario con la adrenalina, con las inesperadas sorpresas que entrega la naturaleza, e incluso con las fobias y anécdotas de quienes viajan. Todo un mundo de aventuras que marcan el trabajo de estos profesionales. Aquí, algunos relatos que emergieron del aire libre.  

Zona norte, bajo el mar



En los Molles la naturaleza sorprende, el cuerpo humano reacciona y la capacidad de tomar decisiones aflora.

Con 24 años, Francisco Sánchez cursa la carrera de Ecoturismo en DuocUC. Hace tres años trabaja como guía de buceo para la empresa Mar de Fondo en los Molles. Su día empieza a las 7 de la mañana, hora en que prepara el bote para quienes llegan a la localidad con ganas de bucear.

Francisco nos relata su historia:

“La zona de los Molles es característica por sus formaciones rocosas. Lo primero que hacemos es iniciar una navegación desde una punta de la localidad, luego damos la vuelta por el borde costero, y desde la parte oceánica elegimos los puntos que tenemos para el buceo. Mar de Fondo cuenta con más de 40 puntos donde se pueden apreciar loberas o callejones gigantes de 30 metros que reflejan la idea de que se hubiese partido la tierra bajo el agua. En ese lugar hay mucha profundidad. Lo más increíble es sentir la vida acuática marcada por el silencio.

Estoy todo el día aquí. Los buceos duran entre 20 a 25 minutos dentro del área recreativa, zona donde nosotros trabajamos. Todas las inmersiones que realizamos se hacen para que las personas tengan un buceo seguro. Después de esa cantidad de tiempo, como las aguas del pacífico son más heladas, la gente comienza a tener frío. Además, si se bucea mucho tiempo a esta profundidad, los problemas de presión no tardan en aparecer. El buceo es una actividad de mucho riesgo y debemos estar pendientes de todos los detalles que puedan existir.

En 2015 estábamos buceando con un grupo de clientes que se ha hecho bien cercano a nosotros, tienen certificaciones y van muy seguido al recinto. Se hacen llamar “Old Ballena Diving Club”. Entre ellos hay ingenieros, médicos y veterinarios. Se conocieron en el centro de buceo y se hicieron muy amigos. En una oportunidad íbamos con Donki, uno de los integrantes. Comenzamos un buceo muy tranquilo e iniciamos el descenso. Todo iba funcionando bien hasta que de pronto, tuvimos un problema de cimentación. Habíamos dado mal la vuelta a una roca, a 35 metros de profundidad. Íbamos muy lento, todo el tiempo. Quisimos salir un poco del track, o lo que conocemos como recorrido habitual. Aunque se trataba de un lugar muy familiar para mí, notaba que no era donde siempre bucéabamos. De todas formas, empezamos a descender. Cuando comenzamos con las paradas de seguridad que se hacen para eliminar el nitrógeno del cuerpo, notamos que el mar estaba demasiado fuerte y empezamos a ver que el wiro, el árbol del mar (estos chascones que se mueven de un lado a otro), estaban muy agresivos. Efectivamente, no estábamos en el lugar indicado.

De inmediato empezamos a coordinar la salida pero nos sorprendió una ola enorme. Era gigante. Como esas para surfear pero en medio del océano. Con Donki, estábamos buceando en el bajo “El Brujo”, un punto del buceo conocido. En esa ocasión, la marea estaba muy fuerte. Todo iba bien hasta que salimos a la superficie. Alcanzamos a ver un set de olas que venían. Eran unas 3 o 4 que superaban el tamaño normal del día.

Nos empezamos a dar vuelta. Lo único que recuerdo es que al momento de salir nos sentíamos bastante aturdidos. Nuestra reacción inmediata fue comunicarse por señas, como se hace en buceo. Al menos estábamos bien. Pero en ese mismo instante vi que se venía otra ola más fuerte. Como yo estaba a cargo de la excursión decidí que debíamos descender rápido para evitar que la ola no pegara y nos azotara contra el roquerío. Comencé a bajar pero mi compañero no lo logró. Entre señas le indiqué que se debía abrir un poco. En ese momento, una nueva ola hizo nos volvió a remecer. Finalmente, muy nerviosos, logramos salir. Nos subimos al bote eufóricos. Definitivamente era una zona de peligro. Sentía una adrenalina inexplicable.

Estas cosas ocurren a veces, mar adentro, en medio de la nada. Permanecer pendientes de la comunicación, en situaciones como esta, era vital.

Este buceo generalmente se hace en parejas y ese día fuimos los únicos que descendimos. Eso implicó que nos quisiéramos aventurar un poco más. Nos equivocamos. Quedamos mareados y muy asustados. Entonces aprendimos que en la naturaleza, todo puede cambiar en un segundo.

De un principio debimos respetar el recorrido. Afortunadamente no pasó a mayores, pero estuvimos al límite. Supimos reaccionar ante la emergencia, pero salimos con ese bichito de saber que la embarramos. Creo que la mejor decisión que tomé como guía fue descender. Después de todo, dentro de la equivocación, hicimos una buena jugada.

En esta actividad, sin embargo, no se improvisa. Todo lo que hacemos viene con una certificación detrás porque esto conlleva muchísimos riesgos. Los accidentes los tenemos casi previstos, al igual que las decisiones más adecuadas que se deberían tomar para un momento tan incierto. Me acuerdo de esa experiencia con Donki. Pero también he tenido otras donde las personas que he guiado no han sido lo suficientemente conscientes.

Casos en los que algunos, por desesperación, se han sacado parte del equipo bajo el mar, personas que han sufrido narcosis (conocido como el efecto de borrachera que suele dar en las profundidades), otros que se han visto afectados por la presión de los gases que se generan en el agua, etc. Todas estas, son historias que dependen de la conciencia que tenga cada uno sobre la actividad que realizará. Acá, la naturaleza no es la culpable, sino nosotros que tomamos las decisiones equivocadas”, cuenta Francisco.  

La vida bajo el agua es otro mundo

Todo es fantástico, los colores, la vida, los peces que están tranquilos, el silencio. Es una terapia completa. Pero de repente te pillas con un pez que mide 5 o 6 metros.

Esta es la historia de Francisco y su encuentro con el Pez Luna:

“Yo digo que son dinosaurios acuáticos. Son bien toscos. El pez luna es redondo, tiene un ojo a cada lado y puede alcanzar hasta los 10 metros. En esta oportunidad, nos encontrábamos en Los Reyes, otro punto de buceo situado a 25 metros de profundidad. Empezamos a descender, pasamos por una cueva un poco corta y vimos un cadáver acuático que estaba siendo comido por los peces. Debió medir como metro y medio. Me lamenté muchísimo, me hubiera gustado verlo con vida. Pero aún en huesos era sorprendente. Saliendo de esa cueva, tuvimos otro gran encuentro: un enorme pez luna.  

Estos son peces muy curiosos. Se dice que son un poco tontos porque nadan muy confiados, interactúan contigo y suelen ser muy tranquilos. Cuando salí de la cueva enloquecí. Gritaba de emoción bajo el agua. A partir de ese momento, nos acompañó durante el resto del buceo. Nos perseguía con una aleta a cada lado. Parecía una nave bajo el agua, recuerda este guía.

Hacia zona centro, en la montaña



Después de sufrir un incidente al practicar una travesía de 90 kilómetros en Kayak sobre las aguas del Maule, Nicolás Videla decidió dirigir su camino hacia la montaña, como guía. Comenzó a trabajar en el Hotel Noi, en Rancagua, como encargado de turno del departamento de excursión. Aquí estaba a cargo de la logística de los tours, además de la gestión y  programación de actividades, cotizaciones, planificaciones, etc.

En medio del Valle del Cachapoal, donde puedes apreciar cóndores volando a tu lado y te puedes encantar con la composición del sector geográfico, nacen las historias que cuenta Nicolás:

“Ese lugar tiene mucha armonía. Al fondo tienes el glaciar Taco Molina donde emerge el Valle del Cachapoal. Por el medio, pasan unos hilos de agua cuncuneando entre valles verdes que se mimetizan con rojos y negros producto de las placas tectónicas que se fueron generando cuando antes era una zona volcánica. En fin, me gusta todo de la montaña. A veces a uno se le olvida que siempre está ahí, vigilando. Lo cierto es que todo lo que ella ofrece siempre va a estar ahí.

Afortunadamente, nunca me ha pasado nada extremadamente grave estando a cargo de gente. Por lo general, todas las excursiones terminan siendo entretenidas. No obstante,  hay una que otra experiencia que me ha marcado.

Recuerdo la simpleza de un recorrido que hicimos con unos niños por Vichuquén. Esa noche, terminamos armando historias con el canto de las lechuzas y fue bastante agradable. Pero también me acuerdo de otras no muy gratas. Una vez, por descuido de un compañero, volteé el kayak en un recorrido de 90 kilómetros en el Maule. Y aunque fue una experiencia traumática, este suceso fue delimitando que amara mucho más la vida de la montaña. Otro tipo de historias que puedo contar, demuestran que el seguidor a veces también puede superar al mentor.

En el hotel teníamos la posibilidad de hacer recorridos en Mountain Bike por una pista de downhill que había. Un día llegó un tipo que quería hacer un recorrido en bicicleta. En esa oportunidad, yo venía llegando de una excursión. Le presenté la ruta de Downhill y fuimos. Logramos el tramo que se suponía que se realizaba en una hora y media, en tan solo en 30 minutos. Cuando la terminamos me bajé y pensé que quizás era suficiente con eso. De pronto, él se acercó y me preguntó si tenía otra ruta para darle. Quedé sorprendido.

Entonces le acompañé por una ruta de 3 horas que existe en terreno escarpado. Obvio que se cansó, me dije. Pero no. Me pidió continuar y en lo único que pensaba yo era en las lesiones, los riesgos y todo lo que podía pasar si continuábamos. Noté que era un cliente que tenía trainning así que me arriesgué y le dije “¿qué te parece si hacemos un recorrido completo y ahí llamamos a la camioneta para que nos vaya a buscar cuando lleguemos?”, y aceptó. Pero cuando ya estábamos subiendo las bicicletas a la camioneta, el tipo me preguntó: ¿no tienes problema con que yo siga?

Ya no sabía qué responder. ¿Cómo tanta pila? pensaba, pero era el guía y acepté su petición. Iba demasiado cansado, las piernas me pesaban en la subida. Avancé lo que más pude pero la camioneta me tuvo que llevar la bicicleta. El tipo nunca se cansó, no bajó los brazos y pedaleó detrás mío hasta lograr el recorrido completo. Más tarde me contó que pedaleaba miles de kilómetros diarios. Hacía los cerros de San Carlos de Apoquindo completos. Nunca me había pasado que alguien me sobrepasara siendo guía. Terminé pidiéndole disculpas por no poder seguir su ritmo. Me sentí súper humillado y asumí que hay gente que es mejor o que tiene más entrenamiento que uno. Fue una buena experiencia porque era un sujeto muy humilde, pero con todas las ganas de ir por más”, relata Nicolás.

Team Building con empresas

Cuando el ambiente te lo permite, se pueden obtener historias como la de Nicolás y el ciclista. Pero cuando no, ocurren imprevistos que pueden volver vulnerable a cualquiera. Nicolás recuerda una vez que lidió con las fobias de un cliente:

“Muchas empresas tienen una la modalidad Team Building, es decir, actividades extraprogramáticas que realizan para motivar el trabajo en equipo y generar un sentido de pertenencia con las organizaciones. El hotel prestaba ese tipo de actividades. En una oportunidad, en un trekking que debía durar tres horas y medias me demoré seis.

Se trataba de un grupo de 12 personas, pero en media hora se bajó la mitad por cansancio. Además, la mayoría no contaba con un trainning deportivo. Al final me quedé con la organizadora de la actividad y dos tipos más que eran gerentes. Iban muy mal preparados, con jeans y zapatos en medio de la montaña. Uno de ellos tenía vértigo y el otro, que nunca había sufrido de eso, se empezó a marear de la nada. Se pusieron hipocondríacos. De broma la organizadora les decía “no te vaya a dar vértigo como el otro”. Y así pasó. De pronto, el tipo se puso blanco, se tiró al suelo y se aferró a la tierra. Todo se convirtió en un desastre. Estaban los dos muertos de miedo. Finalmente, terminaron bajando sentados, ultra mareados.

Los tuve que asistir. Primero evalué la escena, ocupando rápido el criterio y sentido común para ver que se podía hacer. Había que calmar al que no tenía vértigo para que no generara más miedo en el que sí lo tenía. Les enseñé la ruta, los llevé a la sombra a comer algo para que los llenara un golpe de azúcar y luego tuve que bajar de a poco. Para las empresas es totalmente beneficioso hacer este tipo de actividades. Pero era chistoso estar al mando de peces gordos que creían que podían hacerlas todas de una. La montaña los volvió vulnerables. En el Team Building aplicas mucha sicología. Miras a los integrantes y sabes cuáles son egoístas, quienes trabajan en equipo, quién tiene miedo, etc.

Los guías siempre debemos darle absoluta confianza a quienes van con nosotros. Deben entrar en confianza porque al estar tensos pierden concentración y las ganas de disfrutar. La idea es que con estas actividades gasten energía, boten la rabia y se limpien con los golpecitos de adrenalina que reciben. Todos se vuelven niños y quienes llegan con aire de poder, terminan achicándose ante la fuerza de la naturaleza”, relata Nicolás.

Zona sur, zona de cuidado



Jorge Macuer es el miembro fundador de trekking.cl, organización que partió en 2011 y que tiene como fin, realizar salidas semanales y abiertas para quienes quieran conocer la montaña. Una vez que esta iniciativa creció, se creó la fundación “América a tus pies”. A través de esta, se dedican a difundir conocimientos técnicos y de seguridad. También imparten cursos de guía profesional de trekking. Estas son las anécdotas de Jorge:

“He vivido de todo. Torceduras, fobias y malas prácticas. Pero, afortunadamente, conmigo nadie se ha accidentado de forma grave. Sí me acuerdo de un percance que tuve en Cochamó, a causa de una crecida de río que nos jugó una mala pasada por no conocer mucho la zona. La verdad es que no sabíamos cómo se comportaba el ambiente. Se vino una lluvia que hizo crecer el río y al intentar cruzarlo casi nos lleva a todos. Lo que más recuerdo era la sensación de desesperación y desolación que nos llenaba porque no teníamos escapatoria. Creo que fue una buena decisión esperar y tener paciencia. Al principio, sin embargo, las cosas fueron diferentes.

Entre el grupo, había un español que debía volver el lunes y si no cruzábamos esa parte del río no iba a lograr llegar. Erré al ceder ante su presión y empecé a apurar el trayecto. Bajo plena lluvia quisimos cruzar el río, pero una chica no lo logró y terminó yéndose hacia un remanso. Cuando fui por ella inmediatamente comencé con principios de hipotermia. Tuve que devolverme para pedir ayuda. El recorrido duró dos horas. Finalmente, llegué al otro río que debía cruzar, pero para mi sorpresa estaba todavía más grande que el anterior. Así que retrocedí el camino otras dos horas más.

Éramos ocho, pero solo cuatro lograron seguir. Los demás tuvieron que regresar. Con esta experiencia aprendí que con un grupo en la montaña se asegura una hora de entrada, pero jamás una de salida. Es ella y su clima quienes mandan. A partir de esta salida decidí no exponerme más a situaciones como esta.

Como organización, también preparamos información y la enviamos a quienes toman nuestras actividades, pero nos fuimos dando cuenta que el turista no las lee. Cuando das una charla no siempre atienden, no escuchan o no se concentran. Existen personas que se inscriben pensado que están protegidos por el guía y a veces, esto va entorpeciendo un poco el trabajo. Si alguien tiene problema de fobias, por ejemplo, es más recomendable que se trate con un médico a que intente usar a la naturaleza para experimentar.

Todo lo contrario sucedió cuando guié a una mujer de 62 años hacia las Torres del Paine. La preparamos en Santiago durante seis meses. Estudiamos las rutas previas, tomó un curso con nosotros e hizo el recorrido de la W, con una mochila muy cargada. Es una historia que nos sorprendió como equipo porque es poco común ver aquí a alguien de su edad. Sin embargo, esta mujer hizo el trekking completo en un formato deportivo. La expedición de entrenamiento constaba de un itinerario de cuatro cerros de preparación. Siempre se mostró bastante comprometida. También teníamos reuniones donde le anticipábamos las características del ambiente al que se iba a sumergir. Tenía claro que no iríamos a hoteles. Además, debía cargar su mochila.

María Isabel, lo aguantó todo. Cuando terminó su expedición, completa y sin impedimentos, nos mandó regalos y una carta. Aquí nos contaba que había realizado el sueño que nunca  cumplió de joven. Ella volvió a encontrar, mediante este viaje, la necesidad de supervivencia y exploración que tiene el ser humano”, cuenta Jorge.

En Torres, una llamada de auxilio

Ahora es el turno del ingeniero en gestión turística, Albert Espinoza. Su historia ocurrió trabajando en el refugio y camping “El Chileno”, durante la temporada alta 2015-2016, en Torres del Paine. Por entonces, trabajaba como encargado del camping junto a otras tres personas. Este recinto se ubica en el límite del parque nacional, específicamente sobre el sendero que llega a uno de los sectores más importantes: el Mirador Base Torres. Este es el lugar donde todos quieren llegar para sacarse una fotografía con las tres famosas torres de fondo. Un lugar impresionante, según nos cuenta Albert:

“No recuerdo muy bien en qué mes del año era. Por entonces, me encontraba trabajando como cualquier día normal en temporada alta. Recuerdo que había mucha gente transitando por el sendero. En las mañanas todos subían desde muy temprano y en las tardes bajaban. Un día, cuando ya se acercaba la hora para descender, nos avisaron por la radio del refugio que una pasajera extranjera había sufrido un accidente de gravedad. En aquella oportunidad, las ráfagas de viento llegaban a más de 100 km/h. Todo indicaba que ese podía ser motivo del accidente. Efectivamente, cuando la joven se encontraba descendiendo del mirador, perdió el equilibrio a raíz del viento y se cayó en medio del roquerío. Personal de CONAF nos puso al tanto. Ellos se encontraban cerca del  Campamento Torres, ubicado una hora más arriba de donde yo me encontraba. Como no contaban con demasiado refuerzo, nos llamaron a nosotros para socorrer a esta pasajera,  que por lo demás, se encontraba muy herida. Nos dijeron que había otros guías ayudando, pero estos no traían consigo los elementos necesarios para evacuarla como correspondía.

El guardaparque que habló con nosotros caminó junto a la pasajera y otro guía hasta el refugio “El Chileno”. Nosotros íbamos con una tabla de primeros auxilios y un botiquín. Se hacía cada vez más tarde y con pocos minutos de luz, organicé un equipo de rescate bastante improvisado. También nos equipamos con comida, ropa y líquidos, porque sabíamos que nos tomaría mucho tiempo bajarla hasta el refugio central. Ahí debíamos utilizar un vehículo para llevarla al centro asistencial más cercano, localizado a unas 3 horas de donde estábamos. La pasajera iba en muy mal estado y para peor suerte, no hablaba español ni tampoco inglés. Se veía muy asustada y decaída. Le curamos rápidamente una herida en la ceja del ojo derecho que no paraba de sangrar. Luego la instalamos con mucho cuidado en la tabla de primeros auxilios.

Dentro de este equipo, yo era el único que tenía conocimientos en primeros auxilios. Sabía perfectamente cómo debíamos proceder para comenzar a trabajar en el descenso.  Fue un momento complejo. Tomamos los resguardos necesarios, evitamos que la sangre subiera a la cabeza y nos tomamos el tiempo necesario para girar en las pendientes, evitando que la joven perdiera la posición ideal.

Mientras íbamos caminando, alguien avisó que la joven se había desmayado. Tuvimos que detenernos para ver si respiraba. Para nuestra tranquilidad, lo hacía de forma normal. Solo se había dormido. Se veía tan golpeada que no sabíamos si era óptimo que se durmiera, así que con mucho cuidado, la despertamos y seguimos adelante. Nuestros brazos y piernas ya se comenzaban a fatigar. La joven tenía casi 2 metros de altura y era bastante pesada. Habíamos coordinado un relevo que nos encontraría a mitad del camino y que continuaría el rescate, pero ya habíamos pasado el trayecto acordado y aún no llegaba. Algo no estaba bien, pero continuamos. Después de unos 20 minutos, ya muy cansados, aparecieron solo dos personas del equipo de rescate. Una de ellas llegó con un afán de líder, provocando un momento de tensión que hizo que la chica, que no entendía nada, comenzara a llorar. Finalmente llegamos abajo, donde nos estaba esperando una camioneta con más gente para comenzar la evacuación en automóvil. Nuestro trabajo había finalizado. Nos tomamos un tiempo para recuperar energías y volvimos a nuestro refugio, a la normalidad del parque.

El momento más complicado fue tener que liderar este equipo improvisado. Ser guía no es fácil, tenía que validar mis capacidades dentro de un contexto de emergencia. Me sentí muy raro al tomar la iniciativa para tratar de coordinar un equipo que no conocía en absoluto. Lo que nos dejó atónitos fue lo poco y nada que tienen preparado al personal de los refugios para afrontar estas situaciones. Pudimos zafar, pero solo en base a esfuerzo y buena voluntad.

A los días, nos llegaron noticias. La joven tenía dañada una vértebra, la clavícula y había sufrido un golpe en la cabeza. Eso me hizo imaginar todo lo que vivió ese día. A raíz de esto, me surge una gran pregunta: el Parque Nacional Torres del Paine, la octava maravilla del mundo y del sector privado, ¿se encuentra realmente preparado para acudir a estas situaciones de emergencia? Creo que queda mucho por hacer, pero sé que los recursos monetarios son una gran piedra en el zapato. Sin embargo, espero que algún día, todos los actores de este lugar se preocupen por prestar un mejor servicio a estos acontecimientos”, cuenta Albert.

Nuestro país brilla por tener zonas de excursión que nos impresionan en cada visita que hacemos. Por eso es necesario contar con un líder que instruya a quien visita las profundidades del mar o la grandeza de las montañas. Somos tan vulnerables ante el ambiente, que son innumerables las historias que nacen e involucran a estos profesionales de la naturaleza. Son ellos los primeros en ser expuestos a situaciones de emergencia y es la naturaleza, la que precisamente ha dictaminado sus historias, formando recuerdos que muchas veces no quisieran repetir.



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