El propósito de este viaje fue recorrer uno de los secretos mejores guardados de la zona india de los Himalayas, una ruta aún bastante prístina, donde un inesperado encuentro con una de las más elusivas y vulnerables criaturas del planeta se convirtió en el momento más mágico de la travesía: un leopardo de nieve
Texto y fotos por Olga Mallo.
Por primera vez en mi vida diviso los Himalayas. Los sobrevolamos en un corto vuelo desde Delhi a Leh, capital de la región india de Ladakh. Aterrizaremos a 3.500 metros sobre el nivel del mar en esta ciudad con el sobrenombre de “pequeño Tibet”, primer paso para comenzar una aventura de 8 días atravesando el sendero de Markha, en pleno Himalayas.
Nos reciben cientos de banderas rojas y amarillas que se extienden por todo Leh. “Hoy en la tarde llega el Dalai Lama”, nos cuenta el chofer que nos lleva. Su excelencia vive en Dharamsala, no lejos de aquí. Su residencia en el exilio está a menos de una hora en avión y aunque ya ha venido antes, la conferencia que dará al día siguiente en el gimnasio de la ciudad está con lleno total. Con la esperanza de verlo, me levanto muy temprano a pesar del “jet lag” y me uno a la multitud que lo espera frente a la entrada del gimnasio. “Esta es una buena señal para lo que viene”, pienso cuando, parada en primera fila, lo veo bajar de su Mercedes con chofer, y él, a través de sus pequeños anteojos estilo John Lennon, me mira y bendice con ambas manos. Este sería el primero de los “milagros” ocurridos durante el viaje a Ladakh.
La región está enclavada entre la cordillera de Karakoram y los Himalayas en la planicie tibetana, situación geográfica que solo añade a su aislamiento y que ha sido una atracción más para venir a esta tierra de cumbres nevadas que ofician de paisaje de fondo a inesperados monasterios o “gompas”, que sorprenden desde lo alto de empinadas colinas; con correntosos ríos, variedad de vida salvaje, amistosos habitantes que han hallado una entrada económica ofreciendo sus humildes hogares como homestay para turistas, y cientos de manis, esas piedras inscritas con mantras usadas en prácticas de budismo tibetano, la religión local.

El plan original era pasar dos días en Leh para aclimatarnos antes del trekking. Mi compañero está listo para partir desde el primer momento, pero a mí un dolor de cabeza no me deja abrir los ojos y tampoco me ha dejado dormir. Mi cuerpo parece inflamado y un aletargamiento general se apodera de mí al despertar a 3.500 metros. Claros síntomas de mal de altura. Al sacar de mi maleta las toallitas de limpieza que reemplazarán la ducha durante los días de trekking, veo que el usualmente plano paquete en que vienen, está redondo como una pelota de tenis gigante. Pues lo mismo le ha ocurrido a mi cuerpo. Imposible comenzar la caminata y me rehúso a tomar Diamox, la píldora con la que los escaladores combaten este problema. Al cuarto día mi cuerpo vuelve a la normalidad, listo para enfrentar la semana de caminata cubriendo un promedio 20 kilómetros diarios.
La logística, organizada por la compañía india White Magic Adventures, consiste en un equipo de personas con varios caballos y burros que se adelantarán a nosotros cada mañana llevando carpas, alimentos y todo lo necesario para acampar cada noche a medida que vayamos avanzando por el sendero de Markha. En el team tenemos al dueño de los animales, un cocinero, dos ayudantes, más las personas que irán con nosotros: Rajeev y Pemba. El primero es nuestro joven guía y el segundo es un portador de raza sherpa, originario de la región de Darjeeling en India, de estatura pequeña pero fuerte como un pequeno Golliat.
Para comenzar el trekking bajamos a 3.050 metros a la localidad de Chilling, donde debemos llevar a cabo el primero de muchos cruces de río. Este cruce inicial será fácil (si usted no sufre de vértigo). Aquí, un carro de dos metros por dos metros aproximadamente cuelga de una cuerda y va y viene de una orilla a otra por el río Indo gracias a un sistema de poleas. Debemos hacer fila, pues hay alrededor de una veintena de viajeros atravesando el río y el carrito no resiste a más de uno a la vez.
A pesar de este comienzo masivo, durante nuestros días de caminata encontraremos muy pocos compañeros de ruta, y este es uno de los encantos de Ladakh: es todavía un secreto bien guardado.
El paisaje que nos acompaña este día es árido debido al serpenteante cañón de Zingchen, mientras que el termómetro marca unos 32 grados. Debemos ascender 400 metros cubriendo 7 kilómetros hasta el poblado de Skiu, lo que hacemos en 4 horas y media, una más de lo presupuestado. Es mi primer día y la altura aún me pasa la cuenta.
Cada cierto kilómetro se encuentran puestos con mujeres locales vendiendo bebida y artesanía. Aquí son las mujeres las que se quedan en las alturas de Markha. Ellas son quienes vemos como anfitrionas en los homestay, trabajando la tierra, con los animales y a cargo de estos puestos en el camino, pues los hombres van a trabajar a Leh u otros poblados con necesidad de mano de obra. Compro unos zapatitos de guagua, con los colores del budismo, rojo y amarillo, que cuelgan en mi mochila hasta hoy como amuleto.
Llegamos. Es nuestra primera noche y la pasamos en Skiu. No tiene más de diez viviendas y blancas prayer flags (o banderas de plegarias) flamean al viento por la pequeña villa mientras varias estupas la rodean desde lo alto. Estos monumentos espirituales del budismo tibetano representan la mente iluminada de Buda con una cúpula de metal que descansa sobre una base de cinco peldaños y es coronada por un sol, apoyado en el símbolo de una luna creciente. Estos altares, puestos para proteger a los viajeros, se nos harán familiares durante nuestros días de caminata en Markha.

En nuestra primera noche acampando, duermo con mis primeras capas puestas y con un guatero a mis pies dentro del saco de plumas. La temperatura baja dramáticamente cuando el sol se oculta, pero el cansancio me deja dormir como un ángel.
El despertador, que consiste en Rajeev llamando nuestros nombres fuera de la carpa, viene a las 7 de la mañana. Hoy debería ser el día más largo, abarcando 21 kilómetros, aunque eventualmente lo hacemos en dos etapas. En este día nos tocará hacer el primer cruce del implacable río Markha. Nos han advertido que este año el río está más caudaloso que de costumbre pues, a las lluvias se suma el calor que ha derretido más nieve en las cumbres de Karakoram. El río ruge, pero debemos avanzar y atravesarlo.
Hemos comprado en Leh zapatos de goma especiales que se adhieren a las piedras del lecho del río. El agua llega a la cadera por lo que se debe cruzar en shorts o en ropa interior y nos amarramos con cuerda para cruzar en grupo. Debido al calor es casi un alivio sentir las frías aguas del Markha en el cuerpo. Luego deberemos soportar los casi 40 grados durante las seis horas de caminata hasta Sara.
Como cada noche, la comida es un verdadero banquete de seis platos con el que no podemos a pesar de las delicias del chef. Nuestro joven guía, Rajeev, se sienta con nosotros cada noche pero no come, comerá después nos dice, por más que le ofrecemos un puesto en nuestra mesa en la improvisada carpa comedor. Se nos hace costumbre durante esa hora de comida, organizar la caminata del día siguiente. En aquella segunda jornada de trekking deberíamos haber llegado al poblado de Markha pero no alcanzamos, y para recuperar el día de atraso, decidimos que solo nos detendríamos a almorzar allí mañana, para continuar luego hasta Hankar, donde pasaríamos la noche.
Salimos muy temprano para evitar el ascenso durante las horas de más calor. Debemos caminar nueve kilómetros ascendiendo 500 metros hasta Markha, que se sitúa a 3.800 metros sobre el nivel del mar. Y en lugares tan remotos como este hay que estar siempre preparados para imprevistos. Un puente sobre la parte más turbulenta del río se ha caído y es necesario buscar un paso y volver a cruzar amarrados. Los caballos, que van siempre delante de nosotros y que a pocos minutos de su partida perdemos de vista cada día, aún están allí intentando cruzar y pronto su dueño y arriero decide ir río arriba hasta encontrar un paso que no los ponga en riesgo.
Aquella mañana ocurrió la primera hazaña de Pemba, nuestro sherpa. Su pequeña estatura se compensa con una extraordinaria fortaleza física y sujeto con una soga va y prueba la fuerza del río por nosotros. Una y otra vez el agua lo bota, pero su valentía y también su capacidad de evaluar situaciones gana mi confianza. Logramos atravesar finalmente y las cuatro veces que cruzamos esas aguas torrentosas a lo largo del camino de este tercer día, fue de la mano de Pemba y, a veces, sobre los hombros de este pequeño gigante.
Llegamos finalmente a la villa que le da el nombre al sendero. Aquí se encuentra uno de los gompas (monasterios) más importantes de la región y como todos los gompas, se empina en la cumbre de un monte de paredes verticales al que se accede por cientos de escalones.
Almorzamos en la casa de una familia local y probamos por primera vez la tsampa o cebada tostada, a la que se agrega agua, y con la que los anfitriones reciben a sus invitados. También somos agasajados con la cerveza local de trigo o arroz llamada chyang que ellos mismos han fermentado.
Es de tarde, comienza a llover y la caminata se hace más difícil. Nuestro arriero, quien se comunica por radio con Rajeev, ha decidido no seguir por la copiosa lluvia y acamparemos allí donde los caballos se han detenido. Llueve toda la noche. Y en la mañana, ante de partir, decidimos esperar a que el terreno seque un poco.
Estamos en Umlug para pasar de largo por Hankar y llegar en la tarde a Thachungtse. El plan se cumple después de una de las jornadas más espectaculares, mientras seguimos divisando gompas y manis, estas placas de piedra o roca inscritas con mantras budistas, verdaderas obras de arte que, según el budismo tibetano, otorgan protección a los viajeros que se detengan a orar junto a ellas. También aparecen las primeras marmotas y las espectaculares bharal u ovejas azules, las que en realidad no son ovejas ni son de color azul, sino que pertenecen a la familia de las cabras y son de un color pardo.
Thachungtse se encuentra en un bello valle al otro lado de un puente colgante que ha resistido la fuerza del río Markha. Vemos por primera vez el monte Kang Tze con sus glaciares colgantes y sus dos cumbres de más de 6.000 metros.

Hemos recuperado un día de caminata pero aún llevamos uno de atraso respecto al itinerario original, y esta tarde, luego de instalarnos en el campamento, la lluvia empieza una vez más. Mi compañero y yo jugamos a las cartas guarecidos en la carpa cuando escuchamos los gritos: “¡Madame, Mister!”, llama Rajeev, “¡Salgan pronto!”. Pensé en una avalancha, fue lo primero que se me vino a la cabeza. “¡Su cámara, Miss Olga, páseme su cámara!”, era ahora la voz de Pemba. A él le apasionaba la fotografía y juntaba plata para comprarse una cámara. Durante las caminatas yo le enseñaba cada día un poquito de técnica, pero él ya tenía el ojo y el talento. Era tanta la urgencia con la que la pidió , que no cuestioné la razón y se la pasé al tiempo que salíamos descalzos sin importar el frío ni el barro. “¿Qué pasa?”, preguntamos mientras observamos que todo nuestro equipo, incluido el dueño del terreno donde acampábamos, estaba allí, mirando hacia el cerro. “Un leopardo de nieve”, responde nuestro joven guía con la voz quebrada de genuina emoción. “Allá, hacia el cerro”. Y ahí estaba, mimetizado en la ladera, de color gris con pintas más oscuras y su distintiva cola larga enroscada como tantas veces lo había visto en fotos.
Mi compañero busca sus binoculares y yo observo a Pemba corriendo cerro arriba con esa audacia que lo caracterizaba y con mi cámara en la mano. El felino sabía que estábamos allí, pero no parecíamos importarle demasiado. Paseó lentamente ante nuestros ojos por varios minutos desplegando su refinada silueta, casi con arrogancia, para luego perderse cerro arriba. Después de unos segundos de silencio vino la excitación. En el grupo, todos, a excepción de Pemba, eran oriundos de Ladakh y jamás habían visto un leopardo de nieve. En invierno es relativamente más fácil verlo por estos lados pero por lo general, ellos no vienen al valle de Markha en esa época. El dueño de estos terrenos estaba tan asombrado como todos, pues era la primera vez que veía a este animal en agosto, es decir, en verano aunque la noche anterior había tenido la sospecha de que algún depredador como este o tal vez lobos, merodeaban el campamento. Uno de sus burros había amanecido muerto y ensangrentado.
Este avistamiento nos transforma en estrellas de buena suerte, una especie de amuleto para el resto del viaje y nos sentimos, por cierto, muy afortunados. No estaba entre los propósitos de nuestro viaje ir tras esta, una de las criaturas más codiciadas de divisar del planeta. Al poco rato vuelve Pemba corriendo como se había ido, y dichoso, pues había tomado fotos. El lente que tenía solo era uno de 70 y no esperábamos una gran toma, pero al subirlo al computador se le podía apreciar. Teníamos la prueba: habíamos visto un leopardo de nieve en pleno agosto. Probablemente en lo alto de las montañas el verano era más frío que de costumbre, y la maravillosa fiera bajó inusualmente al valle para nuestro deleite.
Esa noche, durante la comida, no se habla de otra cosa y el plan para el día siguiente es partir más temprano que de costumbre para intentar recuperar el día que llevamos de atraso, aunque estuvimos de acuerdo en que gracias a este desfase pudimos tener ese fabuloso encuentro con el leopardo. En dos días nos estarían esperando hacia el final del circuito, en Shang Sumdo. Estamos sin señal de teléfono y ciertamente sin internet, pero siempre existe una manera de avisar a los encargados de la logística sobre nuestro retraso. Trataríamos de avanzar para ponernos al día. Tampoco es de vida o muerte.
En nuestro quinto día de caminata llegaremos a la elevación más alta en campamento: nuestra meta es la villa de Nimaling, que está a 4.700 metros sobre el nivel del mar y aunque solo son 6 kilómetros, debemos subir en forma acumulativa casi 700 desde nuestro punto de partida.
El sol brilla esta mañana tan fuerte que atraviesa nuestra carpa. Será un día caluroso, en altura y con un par de cruces de ríos que, como ya sabemos, se van poniendo más caudalosos a medida que ascendemos. Hemos calculado que serán unas 5 horas contando paradas.
Una visión aparece poco después de una hora de sendero. Son ocho hombres que vienen en sentido opuesto bajando hacia el valle. En sus cabezas traen un gran cargamento. Vienen de Srinagar, Cachemira, la misma región a la que Ladakh pertenece, solo que ésta ultima ha permanecido como una isla de paz en la turbulenta relación con la administración India. Los porteadores no hablan inglés pero nos manejamos con señas en una sesión de fotos que les pido y que jamás olvidaré. Postura, dignidad y unos inmensos ojos negros plasmé con ese magnífico escenario de fondo y ellos aceptaron felices el descanso.
Otra torrencial lluvia nos pilla poco después de haber recomenzado nuestro recorrido. Llegamos empapados a Nimaling y el barrial hace difícil poner las carpas y levantar el campamento.
Es de noche y comemos torta. Nuestro espectacular chef había creado una torta con dos caminantes hechos de mazapán y una leyenda en chocolate que decía “Congratulations. Markha Trail”. Si todo va bien, al día siguiente serán diez horas caminando después de alcanzar la máxima altura de circuito en el paso de Kongmaru La, a 5.276 metros. Intentaremos hacer dos días en uno para llegar adonde nos esperará el vehículo que nos llevará de regreso a Leh y así, cumplir con el itinerario.
En la mañana el arriero me ofrece uno de sus caballos para subir el empinado sendero hasta el paso, pero yo quiero hacerlo a pie. Son las últimas horas y quiero disfrutar cada paso por más duro que sea. Kongmaru La se encuentra sobre la cumbre del monte Stok y es parte de la cordillera Zanskar, de la que también es parte el famoso Kang Yatze, el que varios compañeros de ruta han venido a escalar. Es lejos, la montaña más popular en Ladakh.
Al llegar al paso, al punto más alto de nuestro viaje, encontramos nieve, cientos de banderas de plegaria y una vista de la cordillera de Zanskar y de la vertical pared de hielo azul de la cara norte del Kang Tze. Se siente como un clímax, como un final de viaje, sin embargo, aún queda aventura.
La primera meta es almorzar en Chuskirmo a orillas del río del mismo nombre y continuar a lo largo del cañón del río Shang hasta llegar a destino final. Bajamos los más de 1.000 metros desde el paso de Kongmaru La de forma bastante abrupta, mientras Pemba pedía mi cámara para tomar fotos de ovejas azules y águilas doradas que circulaban en el cielo. Almorzamos junto al río y luego llegó la hora de despedirnos de los caballos, los burros y nuestro señor de los caballos. Él llega hasta aquí, pues, esta noche la intención es comer y dormir en Leh. Ya no necesitamos provisiones ni carpas.


Continuamos bajo una bellísima tarde soleada para luego cruzar el río, el que viene muy torrentoso una y otra vez, hasta que es imposible. La fuerza del agua es fulminante y vemos grupos de caminantes que regresan por la parte alta del acantilado que bordea el Shang. Habían pernoctado en Chuskirmo y comenzado el trayecto temprano. “Más adelante se pone peor. No hay manera de atravesar”, nos dice una pareja de suizos. Normalmente, se camina junto a la ribera sin necesidad de cruzar las aguas pero en los últimos días, entre la lluvia y el calor que había derretido más nieve de lo esperado, el agua había cubierto el estrecho sendero que iba paralelo al río circundado por las altas paredes de roca caliza. Debíamos regresar y hacer campamento en Chuskirmo, donde habíamos almorzado.
Afortunadamente nuestro señor de los caballos aún estaba ahí con comida y equipos. Solo hay que avisar a la compañía para que no se alarmen por nuestra ausencia. El único lugar donde hay señal telefónica es en el paso a 5.276 metros. Hasta allá sube nuestro querido Pemba. Lo veo correr cerro arriba y regresar una hora más tarde. Al día siguiente bajaría todo el team con nosotros para hacer cadenas humanas y poder cruzar a pesar de la corriente. Solo el arriero se quedaría. Él no quiere poner en riesgo a sus animales.
En esta imprevista séptima jornada nos mojamos hasta el cuello. Pasamos de una orilla a otra más de 20 veces. Luego de 12 horas de marcha la sensación de logro es fuerte. Vemos el vehículo que nos espera al principio de la carretera de ripio y nos abrazamos todos, mojados y felices.
Es de noche y estamos en Leh. La noticia de que habíamos visto al leopardo de nieve ya había corrido por la ciudad y algunos piden ver fotos. Celebramos, nos despedimos de nuestro equipo y de Pemba. A la mañana siguiente el viaje continuará. Mi compañero irá con Rajeev al paso de Khardung La para luego bajarlo en bicicleta. Este es el paso para vehículos más alto del planeta y fue parte importante de la ruta de la seda hace siglos. Entretanto, yo iré por un par de días a un monasterio budista para meditar antes de volver al mundanal ruido.
Ya recostada en la cama de nuestro cómodo hotel, pienso en el increíble felino, en los fuertes hombres de Cachemira y en la bendición del Dalai Lama.
Nota: Un año después de haber dejado Leh, nos enteramos sobre la muerte de nuestro sherpa Pemba. No lo mataron los ríos ni los despeñaderos, perdió la vida lleno de sueños a los 26 años en un accidente automovilístico. Atesoro su recuerdo en las fotos de aquel milagroso encuentro con un leopardo de nieve.
Este viaje fue posible gracias a la eficiente logística de White Magic Adventure