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Hijo de las Olas

De comer machas a pata pelada en la caleta de Horcón, pasó a surfear las olas más grandes del mundo. Diego Medina (37) ha dejado su nombre inscrito en el surf nacional y su historia es muestra del avance que ha vivido este deporte en Chile. Él se lo toma con calma. Hoy, convive con dos de sus grandes amores: el mar y su familia.

Por Emmanuel Vallejos. Fotos por Cici Rivarola.

Su primer recuerdo es el mar que baña la caleta de Horcón. Su padre era pescador, su madre artesana. Ambos eran hippies. Desde muy chico, Diego Medina pasó sus días haciendo deporte entre los pescadores y artesanos de la caleta. Desde niño nadaba, marisqueaba, buceaba, corría, jugaba. Y vivía para sus dos pasiones juveniles: el mar y el fútbol. 

Serendipia: descubrimiento inesperado

“Tenía muchas esperanzas de seguir perfeccionándome en el fútbol”, recuerda Diego. Cuenta que, cuando niños, improvisaron una cancha de baby fútbol en un bosque ubicado detrás de su casa en Horcón. Ahí jugaba en un club de barrio durante la semana, y  los fines de semana, viajaba un poco más al sur, a Viña del Mar, donde participaba en las inferiores de Everton.

“Pero, de un día para otro, me empezaron a doler mucho los talones”, cuenta. Dice que fue al médico por esta dolencia y que el traumatólogo fue categórico. Debía dejar de hacer deportes de impacto por un año. “Fue un golpe fuerte para mí porque estaba todo el día jugando a la pelota”, recuerda.

Sin embargo, aquel verano y con 12 años, Diego encontraría en el bodyboard un camino para canalizar su energía y llenar el vacío que le dejaba la falta de fútbol. Cuando llegó marzo y el ingreso a clases se hizo próximo, fue con sus padres a visitar a Álvaro Abarca, amigo de ellos y pionero en el surf. Él le dijo que estaba listo para buscar algo más difícil y que le presentaría el surf. En esos momentos, tenía una vieja tabla, llena de hoyos, que le había regalado un amigo estadounidense. Se la ofreció a Diego. Y éste, alucinado, quiso salir corriendo a probarla de inmediato pero Álvaro lo detuvo y le dijo que primero tenían que arreglarla y que él le enseñaría cómo hacerlo bien.

“Me mandó a conseguir los materiales para poder arreglarla. Me dijo que tenía que ir a un club de yates en Quintero, que estaba como a media hora en bus, a conseguir resina y fibra de vidrio. Recuerdo que mi mamá me acompañó, fuimos en bus. Mi mamá siempre me apoyó mucho en todos los deportes”, cuenta Diego.

Se demoraron cerca de una semana en arreglar la tabla. Había que lijarla completa, aplicar la resina y la fibra de vidrio, y volver a lijar. Una vez lista, Diego salió a la playa de Horcón, donde una pequeña ola lo estaba esperando para comenzar a practicar. Surfeó todo el día y en la tarde ya estaba montando olas de costado. Para él, la práctica de bodyboard lo ayudó a dominar todo más rápido.

“Recuerdo que, desde ese día, quedé alucinado y nunca más paré de surfear. Creo que he surfeado cada día que he podido. No hay ningún día en mi vida que no haya pensado en el surf”, concluye.

Bicho raro

Cuando Diego comenzó a surfear, en Chile no había mucho conocimiento sobre este deporte. Salvo unos pocos surfistas, la mayoría de la población tenía ligado el surf a las aguas más cálidas, y ver a un niño de 12 años intentando tomar locomoción colectiva con una tabla era, a decir lo menos, peculiar.

“Tenía que esperar una micro que demoraba una hora para ir a Maitencillo y si no te paraba esa micro, tenías que esperar otra hora. Dos horas en el paradero. De repente ibas a un campeonato a Curanipe, al sur, y tenías que irte a Santiago, de ahí a San Javier, bajarte y esperar una micro. De repente, había que pasar una noche en un paradero o en un terminal…”,  recuerda.

Pero, confiesa, que todas las penurias que tuvo que pasar por hacer un deporte que hasta entonces era poco conocido, las noches a la intemperie, el frío y los malos tratos, valieron la pena.

“Estar en contacto con la naturaleza, que te vaya bien en un campeonato, ganarte algunos premios, una tabla de surf, unas lucas. Llegar a tu casa con buenos resultados, era motivante”, reflexiona.

Debut

Con 13 años Diego entró a su primera competencia. Su papá lo inscribió en una categoría de principiantes que llegaba hasta los 20 años. Recuerda que aquel día las olas estaban muy buenas, muy largas. Entró a la competencia muy emocionado, con muchas ganas de surfear. Entró con tanto ímpetu y ganas de ganar, que se pasó de la cantidad de 10 olas que tenía la competencia. Esto le restó puntos, por lo que quedó en segundo puesto debido a la sanción de los jueces.

“Recuerdo que salí y mi papá me felicitó. Pero, al mismo tiempo, me dijo: “pero si eran 10 olas no más”. Creo que agarré 12 o 14 olas. Los jueces me tuvieron que bajar el puntaje, pero fue súper entretenido”, confiesa.

Ascenso, despegue y juventud

A los dos meses de haber comenzado a surfear, los padres de Diego hicieron un esfuerzo y, motivados por la pasión de su hijo, le compraron una tabla de surf nueva y profesional.

Con 13 años, solo un año después de haber comenzado a practicar, Diego partió a Pichilemu y a Punta de Lobos para surfear olas grandes. Aquí competiría en su primer campeonato juvenil. Y de aquí para adelante no paró más, compitiendo cada vez que podía, llegando a los nacionales. Surfeaba siempre que podía, recorriendo olas distintas.


(Foto: Cortesía Diego Medina)

Comenzó a viajar todos los inviernos a Iquique, donde vivía un tío, para poder entrenar en esas olas. Su madre lo llevaba porque ahí podía mejorar. Y ella, aprovechaba de vender artesanías en Maitencillo, donde Diego también recorrió las olas. Aquí conoció al “Negro de Maitencillo”, un salvavidas que hacía tablas y que le regaló una. Y luego, comenzó a competir en campeonatos tanto en Reñaca como en Pichilemu.

A los 15 años, dentro de un equipo de surfistas, realizó un viaje a Brasil para poder aprender más y mejorar su técnica. Al volver, con 16 años, participó en su primer ceremonial de Punta de Lobos. En esta competencia pudo enfrentarse a olas que superaron los 4 metros.

“Las olas grandes son algo especial porque dan miedo, pero al mismo tiempo, si te gustan, corre mucha adrenalina. Cuando tú logras agarrar una ola grande y hacerla, o no hacerla pero revolcarte, hay mucha energía, mucha adrenalina. Te revitaliza. Siento que una ola es algo vivo, entonces esa energía que lleva, si logras dominarla y surfearla bien, para mí es una energía que se transmite”, comenta.

Recuerda que nunca le tuvo miedo a estas grandes olas. Piensa que la costumbre y la conexión que tiene con el mar le da esta confianza. Incluso cuando, una vez en Maitencillo, surfeando olas grandes y tubulares, una caída le provocó una fractura de tibia y peroné. “Estuve varios meses con yeso. En ese tiempo no se operaba, entonces estuve seis meses con yeso. Pasaron y de nuevo volví al agua”, cuenta.

La razón para volver a intentarlo, según él, es que el surf -más que un deporte o una profesión- es un estilo de vida, y finalmente, todo termina girando a su alrededor.

Surfista profesional

La carrera profesional de Diego Medina nació de forma natural, no la buscaba. Fue guiada por la pasión que le dedicaba al surf, la cual, lo llevó a obtener cada vez mejores resultados. Con solo 15 años ya competía, ganaba y contaba con el apoyo de algunas marcas.

Recuerda que siempre fue el más joven de las competencias y que las generaciones mayores lo recibían con felicitaciones y consejos. “Todos los amigos que aparecieron me decían que tenía talento, que surfeaba muy natural, muy bonito, que tenía que seguir surfeando”, dice.

Con el apoyo que comenzó a recibir, se dio cuenta del talento que tenía y no podía desperdiciarlo. Comenzó a competir en Chile y en el extranjero, aprendiendo, viajando y, sobre todo, surfeando. “Me gustaba tanto estar en la naturaleza, estar en el mar. Iba a los campeonatos sin querer ganar, pero queriendo aprender y pasarlo bien”, dice.

A los 18 años, estas ganas de aprender y de pasarlo bien lo llevaron a emprender un viaje a Estados Unidos, específicamente a California, en compañía del también destacado surfista nacional, Ramón Navarro.

“Estuvimos un mes trabajando y surfeando en California. Pintando casas, con trabajos que nos daba mi amigo de Estados Unidos. Con el dinero que pudimos juntar nos fuimos a Hawai, a visitar a un amigo de Ramón, Kohl Christansen, un hawaiano. Ahí estuvimos toda una temporada trabajando y surfeando”, recuerda.

Con la experiencia obtenida en Hawai, Diego volvió con la idea de ser profesional ya consolidada en la cabeza. Tuvo la posibilidad de compartir con una cultura donde el surf está muy arraigado, donde están algunos de los mejores profesionales del mundo y donde están algunas de las mejores olas.

“Volvimos con más nivel, harta experiencia y con ganas de seguir viajando. Luego, seguí viajando a circuitos latinoamericanos: Perú, Argentina, Costa Rica. Obtuve buenos resultados, gané una fecha de un circuito latinoamericano en Argentina, salí tercero en un campeonato en Perú y en Chile gané varios campeonatos nacionales”, agrega.



Así se fue consolidando su nombre, haciendo carrera, sumando más sponsors y volviéndose cada vez más conocido. Esto lo llevó a hacer un nuevo gran viaje, esta vez a Indonesia, donde tomó muchas fotos y pudo grabar videos de surf.

Al volver a Chile tendría mucho que surfear, sobre todo porque estaba dispuesto a participar en uno de los campeonatos que lo había ayudado a posicionarse: los ceremoniales de Punta de Lobos. Entonces, volvería a Pichilemu con algunos de los amigos que había hecho. Y algunos eran los grandes surfistas nacionales como Ramón Navarro, Cristián Merello, Fabián Farías y Leo Acevedo.

“Nos conocimos gracias al océano, al mar chileno y gracias a este deporte. Ahora hay una nueva generación de chicos que vienen: Alejandro Fuenzalida, Nicolás Vargas, que son jóvenes que tienen mucho talento”, cuenta Diego.

Y agrega: “en Pichilemu las olas son mucho más largas y perfectas. Donde yo vivía, en la Quinta Región, hay olas de playa, que son más cortitas y no tan perfectas. Pero este tipo de olas también me sirvió mucho para que las olas más grandes se hicieran más fáciles”.

Preparación

Diego se pone desafíos cada vez más grandes. Con 37 años compite, hace clases, cuida a sus hijos y busca olas gigantes para poder surfearlas. Es por esto que debe mantener su cuerpo en excelente estado y tener una preparación de gran nivel.

“Primero, la alimentación. Llevar una alimentación bien equilibrada, bien sana, comer harta fruta, verdura y carbohidrato los días antes de la marejada o de las competencias para tener energía. Luego, descansar. Dormir bien las horas que hay que dormir. Y por último entrenar. Yo hago un entrenamiento funcional, donde hacemos de todo un poco. Harto ejercicio para fortalecer piernas, el core, abdomen, brazo. Es importante estar bien tonificado”, explica.

El buen estado físico se ve reflejado, sobre todo, en los casos donde al surfista lo bota la ola. Si bien puede haber un rescatista en moto de agua, este debe esperar a que las olas hayan golpeado para poder sacarlo. Antes de esto, el surfista debe aguantar.

“Es importante trabajar el cardio para tener harta resistencia cardiopulmonar, con ejercicio de apnea en piscina y fuera de ella para sacar más cardio. Surfear harto también es bueno, la experiencia en el mar sirve mucho”, comenta.

Para enfrentarse a estos desafíos, Diego asegura que se debe buscar la forma de lograr la mayor confianza posible sobre la tabla. Por un lado está lo físico pero lo psicológico también es importante y, finalmente, el equipamiento debe darnos confianza. “Para surfear grande hay que estar muy tranquilo porque cuando viene una ola de 7 u 8 metros, eres una hormiguita flotando en un océano gigante”, dice.

El surf es un deporte cuya temporada de olas grandes dura entre marzo y noviembre en Chile. Aunque, hay olas todo el año, asegura Diego. Por eso, estar preparado es importante. “Es un deporte que te exige mucho, y no se sabe cuándo van a venir las marejadas”, concluye.

Ola tamaño mundial

Corría 2006 y una marejada iba a llegar a Pichilemu. Un grupo salió a recorrerlas: Ramón Navarro, Cristián Merello, dos brasileros y Diego Medina. “Recuerdo que ese día entramos por amor al surf, por amor al deporte, sin pensar en un resultado, en un título”, dice Diego.

Cuando salió, un fotógrafo se acercó para decirle: “te tengo una foto increíble de la marejada, una de las olas más grandes que he tomado”. La vio y quedó impactado por la imagen. Y Rodrigo Montalva, un amigo, había filmado la ola. Enviaron la filmación y la foto a Surfline, una página web internacional. En ella salió un reportaje sobre la proeza realizada por Diego, la ola izquierda más grande del mundo surfeada a remo.

En aquella oportunidad no contaban con chalecos salvavidas, ni motos de agua. Solo estaban en juego las habilidades del surfista.  Y en esta categoría postuló aquella ola, que alcanzó los 8 metros de altura. Enviaron la fotografía y el video a los Billabong XXL Global Big Wave Awards, en California. Esta es una premiación que se hace todos los años, y Diego debió ir hasta allá en 2007 porque su ola había clasificado.

Llegó a Estados Unidos solo. En California se juntó con un chileno amigo suyo que vivía en Hawai. Y aunque estaban compitiendo olas de Hawai, California, Sudáfrica y de todas partes del mundo, éste le dijo confiado: “oye, parece que tu ola puede ganar porque un amigo en Hawai me dijo que era bien grande y no se han surfeado muchas izquierdas. Casi todas las olas han sido derechas y esta ola está llamando mucho la atención porque es una ola nueva y la foto está muy buena, se ve muy grande”, recuerda. Diego estaba escéptico, no lo podía creer porque estaba compitiendo contra los mejores del mundo.

Finalmente, llegó el día de la premiación para cada categoría: moto de agua, mujeres, olas pagadas, hasta que llegaron a la categoría remo. Y en ese momento, desde el escenario, dijeron su nombre.

“Fue emocionante, no me la creía. Se me pusieron todos los pelos parados, mucho nerviosismo. Fue algo muy bonito. La verdad es que siempre trato de tomarme las cosas con tranquilidad, pero esta fue una alegría demasiado gigante. Un reconocimiento a la perseverancia, al esfuerzo de haber comenzado de tan pequeño y con tanta dedicación, muchas veces viajando solo en micro o pasando frío de repente, porque en Chile el clima es difícil para la práctica del surf; no había tanta implementación, estuve arriesgando la vida en olas grandes, pasando susto, valorando también el apoyo de mis papás que igual eran personas humildes. Todo eso se me vino a la mente, fue bien nostálgico. Pero también fue como una inyección de energía y de motivación para seguir adelante y seguir profesionalizando esta carrera”, cuenta.

Además del reconocimiento, el premio consistía en 10.000 dólares por ganar la categoría. Con ese dinero, Diego compró un terreno e hizo su casa en Punta de Lobos. ”Era un sueño para mí poder tener una tierra ahí para poder tener mi casa, en una de las mejores olas del mundo”, dice.

Sin embargo, aquella ola lo llevó mucho más lejos,  haciendo que Diego y el grupo de amigos surfistas que tenía en Pichilemu buscaran, cada vez, olas más grandes. “Esa ola fue grande, pero después he podido surfear olas más grandes. Además, con el grupo después nos fuimos equipando con chalecos salvavidas y rescates”, comenta.

Consagrarse en casa

El Haka Honu, el ceremonial de Punta de Lobos, se ha convertido en la principal competencia de surf latinoamericano en lo que se refiere a olas grandes. Con cerca de 20 años de existencia, no es una competencia extraña para Diego Medina.

“Hace unos 10 años logré ganar dos veces el campeonato. Las olas estaban muy buenas pero no gigantes. Y hace varios años, unos 7 años, el campeonato se especializó en olas grandes. Desde esa época he estado participando”, recuerda Diego. Pero, desde que el campeonato se especializó, no había podido ganarlo, lo que puede sonar extraño si consideramos que Diego conoce muy bien las olas de este sector, ubicado 7 kilómetros al sur de Pichilemu. Además, las olas grandes parecían ser su principal fortaleza.

“Había logrado llegar a una final, pero no me fue muy bien, quedé sexto. Otro año no pude agarrar muy buenas olas. Otro año quedé en semifinal. Entonces, últimamente, estaba participando, surfeando bien, pero no podía obtener un buen resultado. Sentía un poco esa frustración o las ganas de querer ganar el campeonato, un campeonato que al ser internacional, cuenta con surfistas que ahora son invitados de Perú, Brasil… Es un campeonato que es reconocido a nivel mundial”, explica.



En esas ocasiones, confiesa, la familia lo ayudó a calmarse y a llegar tranquilo a las competencias, con ganas de pasarlo bien y de disfrutar, y sin la presión de tener que llevarse el primer lugar.

“Pero luego partí de a poco, desde la primera ronda. Pude pasar la primera ronda en primer lugar con dos olas muy buenas. La segunda ronda también la pasé en primer lugar. Y ya en la final, tenía todas las ganas de ganar el evento así que entré con muchas ganas. Partiendo la serie, entró una de las olas más grandes del campeonato y la peleé con todos los competidores que estaban en la final. Cuando parte la ola, el que la agarra mejor donde se quiebra, es el que tiene prioridad. Ahí todos empezamos a remar hacia adentro para ganar la posición. En esto influye mucho la estrategia y el estado físico. Y en definitiva, pude agarrar esa ola, que fue la ola más grande de la final”, cuenta Diego, recordando que lo mejor de haber logrado ganar esta competencia, fue la recepción de la gente que estaba afuera del mar, esperando en la playa.

“Afuera estaba mi mujer y mis dos hijos muy contentos porque ellos también veían que los años anteriores no había podido ganar el campeonato. En Pichilemu tengo muchos amigos y lo más lindo fue el apoyo de la gente. Todos estaban contentos con el resultado. Fue un título que se compartió con todos con quienes he estado”, reflexiona el surfista. 

Caleta Pacífico

Hace algunos años, cuando iba a comenzar el proceso de filmación del documental “Caleta Pacífico”, Diego se acercó a Cristóbal Campos para ver si era posible hacer una película sobre su historia y el surf. La idea ya estaba en su mente desde hace algún tiempo y pensó que era el momento de materializarla.

“Hace dos años, me dijo, que íbamos a partir, y entre Haka Honu y Royal empezamos por filmar imágenes por todo un año para hacer la película. Hicimos cuatro viajes: a Isla de Pascua, al norte de Chile, al sur de Chile y otro a la Quinta Región”, dice.

Para trabajar en estos ciclos de grabación, primero debían monitorear el clima de la zona donde iban a grabar. Así se aseguraban de que tendrían la marejada precisa para conseguir el material que necesitaban.

“En Isla de Pascua estuvimos esperando para ir a surfear una marejada que no sale siempre. Estuvimos  varios meses a la espera de que entrara una marejada para que rompiera esa ola y poder filmar una de las mejores olas del mundo”, recuerda el surfista.

La grabación, edición y musicalización estuvo a cargo de Diego Rojas y los dibujos que mostrarían algunos de los momentos históricos, serían de Antonia Lara. Estarían todos acompañados de imágenes de archivo y una entrevista donde Diego contó toda su historia. Esto dio como resultado una filmación que alcanza los 30 minutos, la que cuenta la historia de Diego Medina y un poco sobre el surf chileno.

“Es bien bonito porque cuento mi visión, pero también hay entrevistas de varios amigos que hablan sobre mí. La edición también fue genial gracias a esta amiga que recreó todo cuando era niño, yo criándome en esta caleta de pescadores llevado a dibujo, con una animación, con imágenes antiguas, con fotografías. Se te viene todo a la mente y una gran alegría de saber, que todo se ha hecho con esfuerzo y dedicación. Creo que es un bonito documental. Siempre estuve tratando de hacer las cosas bien, con ejemplo y dedicación, pero también tratando de ser un ejemplo para las nuevas generaciones. Porque se puede vivir de este deporte con una familia y con dos hijos”, asegura.

De hijo a padre

Hoy, Diego Medina convive con dos de sus grandes amores: el surf y su familia. Cuenta que, si bien en un principio fue complicado por lo demandante que es el surf, este también lo ha ayudado en lo mental.

“Estos últimos años he madurado harto. Voy a surfear, quizás menos que antes, pero comparto con mis hijos para enseñarles a ellos a surfear, y en esos momentos, no me voy tan adentro a buscar las olas más grandes y perfectas. Me quedo más en la orilla y esto también lo veo como un entrenamiento. Entonces, hacer vida familiar quizás me quitó un poco de horas surfeando, pero me da esa seguridad y tranquilidad que me ha servido mucho para llevar una vida tranquila”, dice.

Adicionalmente, cuenta, se ha vuelto más ordenado y responsable con las comidas ya que también se preocupa de que sus hijos coman bien, quienes ya empezaron a ponerse de pie en las tablas.

“Que a ellos les guste lo que a uno le gusta hacer, es demasiado lindo. Ahora estuvimos en Perú, donde las aguas son más cálidas. Los dos ya están empezando a surfear, lo pasan muy bien, y mi pareja también está surfeando. A ella le gustan las olas más chiquititas pero siente el mismo feeling que uno. Estar los cuatro en el agua, en familia, conectados con la naturaleza, con la ola, nos pone muy felices”, concluye el surfista.


Consejos para surfistas principiantes:

Según Diego, el mar en Chile es frío, fuerte y poco amigable para comenzar a practicar el surf. Aunque, siempre cuenta con buenas olas para practicar.

“El surf es un deporte muy lindo que te lleva a conocer muchas amistades especiales, que te hace conectarte con la naturaleza y que, para evolucionar, hay que ser constante y llevar una vida muy sana. Uno está en la tierra y puede estar seguro, pero si pisa el agua puede cambiar todo. Si no tienes buen estado físico o si no sabes nadar bien, o si no estás sano, una corriente puede llevarte lejos. Una ola te puede asustar y ahogar. Entonces, creo que lo más importante es tenerle respeto, prepararse e ir de a poco superando los límites”, finaliza.


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