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Un caluroso verano en el Ártico

Con temperaturas que emulan un día de verano en el sur de Chile, cuesta hacerse la idea de que estamos en el Ártico, hasta que aparecen los primeros osos polares y se divisan las ballenas belugas entre ínfimos témpanos que flotan en el mar congelado que rodea al Polo Norte. De belleza extraordinaria, la isla de Somerset así como el resto del Ártico, cada vez se cubre menos de hielo, dejando en suspenso el futuro de su fauna

Por Olga Mallo. Fotos: John Beatty.

Estoy parada a menos de 1.000 kilómetros del Polo Norte y el paisaje de dorada tundra con pinceladas de verde, a orillas de aguas turquesas, lo hace difícil de creer. 

«Esta noche, después de la comida, intentaremos avistar ballenas beluga», dice Tessum Weber, nuestro anfitrión aquí en Arctic Watch, un lodge ubicado en el extremo norte de la isla de Somerset, en la provincia canadiense de Nunavut, en las costas del temido North West Passage, algo equivalente al canal de Drake. 

Habíamos llegado esa tarde en un avión chárter desde Yellowknife, la capital y la ciudad más poblada de los Territorios del Noroeste de Canadá, para aterrizar en la pista que tienen los Weber en plena tundra. 

Nos asignaron nuestra habitación, una especie de yurt de lona de forma cuadrada con vista al mar y cama matrimonial, un lavamanos y un pequeño armario, espacio suficiente para el copioso equipaje. Esta es una de las doce habitaciones del lodge, cuyas instalaciones en el edificio principal incluyen una cocina con un magnífico chef, un bar comedor, una amplia sala de lectura y un sector de duchas dignas de un spa. Nada mal para un lugar tan remoto y a 800 kilómetros más al norte del Círculo Polar Ártico. Este es, el «hotel» más septentrional de Canadá.  

Luego de acomodar nuestro equipaje y refrescarnos, aceptamos el ofrecimiento de sobrevolar el norte de la isla de Somerset y, solo una hora después de haber pisado el Ártico, estaba cumpliendo uno de los sueños por los que había venido: divisar osos polares. El avión Twin Otter en que hacemos este viaje de media hora, vuela lo suficientemente alto para no alterar la paz de las criaturas allá en tierra, pero lo bastante cerca como para ver tres figuras blancas de estos magníficos ejemplares confinados a un pequeñísimo banco de arena. 

Frente a frente a un Muskox.

Son el único tipo de oso denominado mamífero marino, son excelentes nadadores y alcanzan tierra firme cuando ellos lo deciden. Pero la pérdida de superficie congelada los pone en un desafortunado lugar dentro de las especies en peligro de extinción, ya que su dieta consiste primordialmente en focas que solo pueden cazar cuando están sobre hielo, pues estas no van tierra adentro y en el mar, tienen ventaja sobre ellos porque son nadadoras mucho más ágiles. Aquellos que vi allá abajo mientras sobrevolábamos, seguramente llegaron a ese ínfimo islote persiguiendo alimento.

Es poco, casi nulo, el hielo que se ve desde arriba. Solo observamos algunos fragmentos a la deriva que se han desprendido de la capa de mar congelado que rodea al Polo Norte, y que el viento ha arrastrado hasta acá. Regresamos. Nos espera la cena de bienvenida y luego será hora de ir en busca de las prometidas ballenas beluga. Terminamos de comer después de las ocho pero es agosto, y en esta época, el sol no se pone. 

Es entonces cuando conozco a Joe, un adolescente inuit (o esquimal, término más usado en Alaska) de trece años, nacido en Baffin Island, no muy lejos de aquí. Cada verano él acompaña a su padre Sommi, quien trabaja como mecánico en el lodge. Joe pone atención a todo lo que pasa a su alrededor porque quiere aprender, pues desea ser «un guía polar», probablemente inspirado por las figuras de la familia Weber (www.weberarctic.com), dueños de Arctic Lodge, cuyos cuatro integrantes tienen a su haber, hazañas en las zonas extremas del planeta. 

El pequeño Joe me lleva en un ATV (vehículo todo terreno o triciclo gigante de cuatro ruedas, que es el principal medio de locomoción por estos lados) hasta el otro lado de la ensenada de Cunningham, donde me juntaré con mi compañero de viaje y con el resto de los huéspedes que han ido en la parte trasera de un camión. 

El inglés de Joe es muy básico aún, pero él se esmera y se hace entender al dar instrucciones. Aquí valen más, los cerca de 5.000 años de cultura Inuit que lleva en su sangre. «¿Has visto belugas muchas veces?», le pregunto. Me dice que sí, que ha visto, lo dice muy serio. Joe creció en este tipo de hábitat y probablemente encuentra la pregunta muy rara. 

Esa noche con el sol en lo alto, vemos un grupo grande de ballenas beluga o ballenas blancas, como también se les llama. Flotan y juguetean a varios metros de la costa desde donde las observamos. Los cuerpos de estos cetáceos árticos, los únicos de color blanco, refulgen en el agua hasta parecer plateados y confundirse con el pequeño oleaje, también de color plata. 

El desayuno, un bufé caliente, se sirve temprano al día siguiente, pues nos espera un largo viaje. Nos dan instrucciones para manejar los ATV y partimos en caravana con Tessum a la cabeza. Intentaremos ver osos polares, esta vez desde tierra. 

La hembra camina a pasos largos hacia su compañero quien permanece impertérrito pero sin perdernos de vista, casi como queriendo hacer contacto visual a esa distancia. Es un feliz encuentro, más cercano de lo que yo hubiera esperado…

Estamos en buenas manos. Durante su infancia, nuestro líder acostumbraba a observar sigilosamente a los osos polares y aprender de ellos, creció pescando char ártico (pez típico de la familia del salmón pero que es generosamente más grande), jugó con morsas e hizo kayak entre belugas. Su padre es Richard Weber, uno de los más importantes exploradores polares de todos los tiempos y fue junto él, que a los 20 años, se convirtió en la persona más joven en esquiar desde tierra continental al Polo Norte, travesía que Tessum, su padre y el también explorador Misha Malakhov, lograron hacer en 41 días. Hoy, con 29 años y un diploma en negocios de la Universidad de Ottawa, sigue planeando expediciones propias, pero en verano del hemisferio norte, se une al resto de la familia y se dedica a dar vida a los tres campamentos que han creado para compartir sus conocimientos y experiencias en estos territorios. Los otros lodges son Arctic Haven, donde ya iremos, y Baffin Island, que ofrece heliski en esta remota isla vecina a Somerset.

Hacemos algunas paradas, y en una vemos la única especie de árbol que se desarrolla en el ártico canadiense. Es el sauce ártico, que al observarlo, parece más un liquen pues crece a ras de suelo abriéndose camino entre las piedrecillas de la tundra, una prueba más de la resiliencia de la naturaleza. 

Viajamos en todo momento bordeando el agua, pues sabemos que los osos no estarán lejos de ella. Al fin Tessum ve algo. Nos bajamos del vehículo y empezamos a caminar. Yo veo dos puntos blancos, uno muy cerca de la costa y el otro, tierra adentro. De a poco, al acercarnos de manera muy discreta, las figuras comienzan a tomar forma y veo claramente dos osos. Aquel que está más alejado del mar comienza a acercarse a su compañero. Esa es la hembra, nos cuenta Tessum, y el macho es el que está mirándonos fijamente  desde un montículo de arena cerca del agua. Ambos saben que estamos allí. Estamos lejos y la posibilidad de que nos vean es mínima, pero nos han olido. Los osos polares tienen un sentido del olfato tan desarrollado que son capaces de detectar a una foca bajo metros de nieve compacta. La hembra camina a pasos largos hacia su compañero quien permanece impertérrito pero sin perdernos de vista, casi como queriendo hacer contacto visual a esa distancia. Es un feliz encuentro, más cercano de lo que yo hubiera esperado, y sin necesidad de usar el rifle a postones que traía nuestro guía, el que sería usado solo para asustar al oso en caso de un ataque. 

Oso polar bordeando el mar.

Durante el viaje de regreso al lodge vemos dos ejemplares de oso más. Van hacia el agua y nadan luego plácidamente. Predicciones de la World Wildlife Foundation calculan una disminución de un 30% en la población de osos polares para el año 2050. Para alimentarse, procrear y criar, dependen de un hielo marino cada día más escaso, que se forma más tarde cada otoño y que se rompe cada primavera más temprano.    

Nuestro tercer día en Arctic Watch comienza sobre kayaks. Atravesaremos la ensenada de Cunningham con el principal objetivo de encontrar belugas y poder aproximarnos un poco más estando en el agua. No demoran en aparecer. Estas ballenas son gregarias y el grupo supera los diez ejemplares incluyendo algunos más jóvenes, cuyo color, aún es de un tono grisáceo. Es posible que estas pequeñas sean criaturas de más de un año, pues nacen en julio y agosto, y permanecen con la madre por 24 meses antes de independizarse. Las observamos con binoculares para no perturbarlas y luego continuamos viaje. 

Es un día gris, sin embargo, el frío no se siente bajo los dry suits, y la paz inconmensurable del lugar, hace de esto, un paraíso. Somos un equipo de seis personas incluidos dos guías. Dejamos los kayaks en una playa y hacemos una pequeña caminata. Tim, nuestro guía oriundo de British Columbia, se detiene en un punto donde hay una estructura de corroídos huesos de ballena alineados. Alguna vez esos huesos fueron un trineo tirado por miembros de la comunidad Dorset, una cultura paleo esquimal predecesores de los Thule y los Inuit que, por alguna razón, nunca usaron broca sino agujas de huesos de ballenas para hacer sus herramientas y sus trineos (ver en fotos)  cuyas partes fueron recolectadas por los Weber hasta reconstruir este medio de transporte, vital para las culturas árticas. A nuestro regreso, volvemos a ver a las belugas, ahora muy cerca de la orilla, levantando sus blancas colas. 

Nos quedan dos días y los usamos explorando a pie. Al cuarto día, el sol retorna en todo su esplendor. Vamos a caminar por una quebrada de un par de kilómetros que nos protege de este sol que calienta más de lo que debería, en el paralelo 76 donde estamos. 

Una vez más comprobamos la resiliencia de la flora polar al ver, al menos, cinco tipos de diferentes y coloridas flores creciendo entre las piedras de este cañón. Recogemos y devolvemos fósiles y, esta vez, uno de nuestros guías es Joe, mi amigo inuit. Le han regalado una cámara fotográfica para su cumpleaños y me cuenta que las flores son su objetivo favorito hasta ahora. 

En la tarde volvemos a la búsqueda de fauna y vamos por los muskoxen o bueyes almizcleros en español, esquivos en esta zona, pues tienden a vivir en mayor cantidad más al sur. Estos bueyes pertenecen en realidad a la familia de las cabras y, a pesar de su monumental apariencia, bajo esos kilos de pelaje que la naturaleza les ha otorgado para protegerse del frío, hay una apacible cabra del monte. Después de una larga caminata por la tundra y después de haberlos divisado con binoculares, vamos hacia ellos pero con extrema prudencia y guardando varios metros de distancia, porque siempre habrá un líder dispuesto a venir por quien altere la paz de la manada. 

Es nuestro último día y será de multiactividad, pues empezaremos caminando más en altura para luego terminar haciendo rafting en el río que desemboca en la ensenada de Cunningham. Hoy vamos con padre e hijo como guías. Nos acompañan Richard y Tessum Weber. 

El calor no da tregua, por lo que terminar el día en el río, será un agrado. A pesar de la sensación térmica, el agua tiene temperaturas cercanas a los grados bajo cero.

Nadie mejor para compartir un día en el Ártico. Los ATV nos dejan a unos 300 metros sobre el nivel del mar y el calor y el paisaje parecen más los de un desierto que los de una estepa no lejos del Polo Norte. Voy en polera sin mangas y con capas de protector solar. Tomo fotos y estoy segura de que al mostrarlas, nadie adivinará dónde estoy sin entregar una pista. Las temperaturas  aumentan año a año, cuenta Richard, y el permafrost (que podría traducirse como «permahielo» o «permagel», aunque generalmente se usa solo el termino en inglés), es decir, la capa de hielo existente entre las capas de la tundra ártica, se adelgaza cada año, convirtiéndose en otro factor que acelera el efecto invernadero al liberarse gases como el metano y otros hidrocarburos que permanecían atrapados gracias al hielo. 

En medio de la planicie, aparecen de pronto decenas de huesos de ballena fosilizados. El cuadro es  surrealista. Estamos a metros y metros del mar pero esto es una prueba de que alguna vez, hace muchos siglos, hubo otro ciclo en nuestro planeta y esta alta meseta estaba, o en el fondo del mar, o en sus orillas. 

El calor no da tregua, por lo que terminar el día en el río, será un agrado. A pesar de la sensación térmica, el agua tiene temperaturas cercanas a los grados bajo cero. Para ir río abajo hay que ponerse dry suit. La corriente es lenta y tenemos tiempo de ir observando las impactantes rocas del acantilado y algunas variedades de aves como un tipo de halcón, grupos de gansos de nieve descansando en la orilla, y el más extravagante búho de nieve de un iridiscente blanco. Algunos miembros del grupo deciden hacer la bajada en kayak y se dan chapuzones lanzándose desde rocas del acantilado. Todo un día de verano ha sido este. Llegamos al lodge con pocas ganas de partir. Los Weber y su equipo han sido excelentes anfitriones y he visto todo lo que soné con ver antes de venir, y más.  

El avión Dornier bimotor llega esa noche desde Yellowknife. Partimos alrededor de las nueve de la mañana siguiente y nos despedimos de Richard, quien se queda con parte de su team para cerrar el lodge, que funciona solo hasta fines de agosto. Tessum y Joe van con nosotros en el Dornier. Es hora de conocer Arctic Haven, la empresa que tienen más al sur, donde la fauna cambia y donde comienza la línea de árboles. Pero eso es parte de otra historia.



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