Torres del Paine es el nombre del libro fotográfico de Francisco Espíldora, un relato íntimo a base a imágenes que nos invitan a contemplar e imaginar lo que es vivir el invierno dentro de este maravilloso parque nacional.
Por Emmanuel Vallejos. Fotos por Francisco Espíldora.
Desde pequeño estuvo en contacto con la naturaleza. Las salidas con sus abuelos y las vacaciones en el campo eran frecuentes en la vida de Francisco Espildora.
Y aunque se alejó de todo esto durante su adolescencia, la vida al aire libre terminaría llamándolo de vuelta.
«Llegó un período donde sentí, desde la naturaleza, el llamado a visitar lugares como los que frecuentaba de niño. Fue muy natural. Así fui estableciendo esta relación con la naturaleza, y da la casualidad, de que participo en un taller fotográfico», dice.
Lo que comenzó como un pasatiempo, se fue profesionalizando, pero todavía había algo que no estaba en orden. Al subir una foto a las redes sociales se pierde vigencia rápidamente, piensa Francisco, y por lo general, el trabajo realizado solo parece durar 24 horas. Por eso, la idea de hacer algo más duradero, se fue convirtiendo cada vez más en una misión.
Comenzaron los viajes: Atacama, Araucanía y los canales Patagónicos. Sus fotos obtenían cada vez mejores reacciones en las redes sociales pero aún faltaba generar algo que perdurara. Quizás hacer un libro que trascendiera más allá de unos likes…
La primera vez que Francisco visitó el Parque Nacional Torres del Paine fue con unos amigos con quienes acampó en 2016. De ahí en adelante lo visitó en nueve ocasiones antes de decidir hacer su proyecto dentro de él; muchas veces, guiando expediciones de fotografía. Pero habría una expedición muy particular que sería definitoria: una donde conocería las Torres del Paine en invierno.
«Iba con un amigo. Vivimos el invierno crudo, acampamos con 30 centímetros de nieve y había mucho hielo. Todo lo que había visto en otoño, lleno de animales, ya no estaba. Las lagunas estaban congeladas. A los días fueron apareciendo algunos animalitos, donde llamaban la atención los guanacos llenos de nieve, con sus ojos tapados en escarcha.
Este viaje fue decisivo: pensé en volver para retratar a estos animales que, a pesar de las condiciones, deciden quedarse en el parque. Recuerdo a una pareja de cisnes que, sobre una laguna congelada, batallaban contra el frío. Igual que los pumas, que siempre se les ve tan imponentes y fuertes. Ahí los veías acostados, dándose calor entre ellos y tapados en nieve. Entonces, se me ocurrió que estas situaciones había que retratarlas en un libro», cuenta.
De pronto, luego de una conversación informal con varios guías, Francisco decretó el proyecto. «Le dije a Miguel, un guía local de allá: “voy a conseguir recursos y me voy a estar acá un mes”, porque es muy distinto cuando vas por pocos días a un lugar. En ese caso hay mucha ansiedad, necesitas sacar la foto luego y no conectas con el sitio. En 45 días pude sentarme y sentir que no importaba el mañana o el pasado y que había tiempo suficiente. Si no tenía las condiciones de luz necesarias, daba lo mismo. El idea era, más que la fotografía, poder disfrutar de la naturaleza y de los animales, que son los protagonistas de este libro», comenta.
Armado con la idea, le faltaba hacerse de equipo y saber cómo iba a financiar este viaje. Entonces recurrió a su compañero de expediciones, Miguel Fuentealba, para que fuera su escudero en esta aventura. Pero en esa oportunidad, él no pudo seguirlo.
No pudo participar pero le recomendó ir con Josué Corbari, un guía que trabajaba como chofer en un hotel en la Patagonia, el que enganchó de inmediato con la idea; y con el que iba a estar gran parte del día durante más de 30 días.
«Me decían todos, que a las dos semanas no nos íbamos a poder ni mirar, pero fue todo lo contrario. Terminamos abrazados en una situación muy emocionante y ayudó en todo: lavaba el auto, movía los equipos y ayudaba a la persona que estaba haciendo los videos promocionales», recuerda Francisco.
La otra parte del equipo vendría desde Rusia. Francisco había visto los videos de Lena Bam en Instagram, llamándole la atención lo bien que capturaba las texturas en sus videos. Necesitaba de alguien que pudiera hacer el material promocional para su libro, principalmente en redes sociales, donde se comercializó en verde.
«Le mandé un mensaje, le mandé el proyecto a su correo, se lo mostró a la gente del hotel donde estaba y prendieron altiro. No tenía ropa térmica, dijo que era una rusa atípica, que era friolenta y que necesitaría equipamiento», cuenta el fotógrafo.
Aquí comenzó la búsqueda del equipo y la misión no era menor. Pasar un mes en la lejana Patagonia durante el invierno, era una aventura que requería de alta logística. Y además del clima y de lo difícil que era llegar, debían sumar una buena cantidad de accesorios para cumplir con la tarea.
Francisco no tenía grandes obras que mostrar. Nunca había hecho un libro y ahora debía pedirle a las marcas que confiaran en pagarle por hacer uno. Esto, siempre considerando que el libro no se fuera a convertir en un muestrario de auspiciadores, o que le pidieran convertirse en un influenciador.
Así, comenzó a enviar correos y a sostener reuniones. Una de ellas fue con Patagonia, quienes se interesaron en el proyecto y le apoyaron con la ropa térmica para todos los miembros del grupo.
Y como el objetivo de la expedición era retratar el invierno en el Parque Nacional Torres del Paine, las cámaras debían ser resistentes al frío, a la humedad y a todas las condiciones que se pudieran presentar. Entonces, Cannon dispuso de las cámaras; y Suda, del vehículo y del hotel Río Serrano que les permitió hospedarse mientras estuvo cerrado por temporada de invierno.
En el parque, trabajar en silencio es fundamental y en aquella ocasión, Francisco tenía tiempo para esperar. Al principio no había animales, el frío era demasiado y el hielo abundaba. Pero al pasar los días, ellos aparecieron tras distintos marcos. El tiempo también le dio la posibilidad de observar y de ver que no caía la nieve que él esperaba, y que el inicialmente titulado Libro Blanco de la Patagonia, no vería la luz. En su lugar, el parque le había regalado tonos y colores diversos, todos los días.
Aquí tenía un doble desafío: encontrar las postales que iban a retratar el paso del invierno en Torres del Paine, y conseguir conectarse con la naturaleza, lo que llegó a su punto culmine cuando encontraron a un puma.
«El relato del puma es muy especial porque produce una emoción y una conexión más bien personal. Pero en ese momento éramos tres personas observando lo mismo y terminamos abrazados, tomándonos una cerveza, llorando y emocionándonos. Además, ellos estaban dándolo todo para que yo lograra las imágenes», recuerda el fotógrafo.
Visitaba el parque todos los días y luego volvía al hotel a revisar las fotos. Respiraba la calma y sentía el frío silencio de la Patagonia, pero, lamentablemente, esto no podía ser eterno y debía volver a Santiago para cumplir con el compromiso de quienes habían pagado el libro durante su venta en verde.

«Para la presentación del proyecto me había conseguido equipos por millones de pesos, hotel, auto, la naviera de transporte, etc. Quedaron todos fascinados, nadie lo podía creer, pero dentro de todo esto tan bien armado, no pensé que iba a quedarme en blanco para poder desarrollar el libro», confiesa.
Debía llegar a seleccionar el material y comenzar así la realización del libro. Aún debía elegir las fotos, editarlas, visualizar su proyecto fotográfico y llevarlo a la imprenta para entregarlo a quienes ya habían confiado en él. Pero este proceso no estaría libre de contratiempos.
«Después del parque me costó mucho volver a la ciudad a conectarme con el trabajo fotográfico. Fueron dos meses donde no pude ver fotos porque fue un shock sumamente importante regresar. El libro ya se estaba vendiendo en preventa y había que tenerlo. Los dos primeros días lo único que hacía era llorar, porque fue muy fuerte el cambio», recuerda.
El libro estaba casi pagado solo con la preventa realizada mediante Instagram, pero la fecha de entrega era lo único tangible: noviembre, y solo le quedaba un mes y medio para que se cumpliera el plazo. El tiempo, que le fue tan vasto durante su estadía en el parque, ahora estaba en su contra.
«Francisco, sinceramente, para el proyecto que tú tienes y las fotos que tienes, son más de dos años de edición fotográfica», le dijo el editor al conocer las más de 6.000 fotos que debía sopesar para el libro. La única forma de que aceptara editarlo era que Francisco redujera el material, que se pusieran las mejores impresas sobre la mesa y que se eligieran las que mejor narraran la historia.
«El espíritu era mostrarle a la gente que iba a ser un libro sin financiamiento de ninguna empresa, y que iba a tener libertad artística completa. En realidad, esto se financió gracias a la gente y eso es muy enriquecedor».
El proceso de selección acabó y aún tenía que llevar el libro a la imprenta. El papel era importante: no podía ser couché o fotográfico. La idea era que las 500 unidades de fotos que tenía esta edición, contaran con relieves y texturas. Para eso, Francisco estuvo en la imprenta revisando pliego a pliego el resultado de su trabajo.
«Las máquinas, los tambores, los cortes…era fuerte. Eran 16 horas sin poder salir porque la máquina estaba siempre funcionando. Fue duro. Claro, veía el libro y estaba contento, pero estaba muy cansado. Ahora estoy disfrutando de los comentarios de fotógrafos, especialistas, periodistas y de otras personas que les gusta la naturaleza. Además, la gente que participó del proyecto está orgullosa», comenta Francisco.

Cuando quedaban pocos días para que noviembre terminara, entregó el libro a quienes lo habían adquirido en verde y abrió la venta a quienes querían comprarlo. Estaba cansado, pero aún quedaba pendiente el lanzamiento oficial de su libro, en Torres del Paine.
«El libro fue mucho trabajo, muchas horas de trabajo. Ahora estoy montando una exposición, que es harto trabajo también. La idea es que pueda ser lanzado allá, porque toda la gente que participó del libro está allá, es un libro de allá, de la región», dice.
De aquella expedición, que duró más de un mes, todavía quedan más de 5.000 fotos a la espera. Pero Francisco no se apura, quiere dejar descansar el material por ahora y seguir disfrutando de los frutos de su libro Torres del Paine.
«El editor dijo que podíamos hacer un libro de Torres del Paine en blanco y negro. Mucho drama en la fotografía, mucho frío, mucha tormenta. Hay fotos con las que se podría armar un relato en blanco y negro. Pero debe descansar ahí, probablemente salga una que otra foto en redes sociales», cuenta.
Finalmente, Francisco logró que su proyecto llegara a papel y que sobreviviera en este mundo inmediato, una experiencia que marcó un antes y un después en su vida como fotógrafo.
«Me dejó un aprendizaje de vida, de conexión con la naturaleza, con los animales y con los ecosistemas, que son tan frágiles», comenta.
Por último, esta obra no quedará solo en quienes participaron de forma directa, sino también en aquellos que tengan proyectos similares y que no sepan cómo llevarlos a cabo, piensa.
«El espíritu era mostrarle a la gente que iba a ser un libro sin financiamiento de ninguna empresa, y que iba a tener libertad artística completa. En realidad, esto se financió gracias a la gente y eso es muy enriquecedor. No se vendió todo pero alcanzó para pagar el proyecto, el que ha llamado mucho la atención entre los fotógrafos porque en este caso, fue financiado mediante una red social», concluye el fotógrafo.
Las herramientas
Frente al inclemente clima de la Patagonia, no podía ser cualquier cámara fotográfica, debería resistir frío, viento y humedad. Sobre todo, considerando que pasaría el invierno
en el Parque Nacional Torres del Paine.
Canon EOS-1DX Mark II
Canon EOS 5D Mark IV
Canon EF 400mm f/2.8L IS II USM
Canon Extender EF 1.4X III
Canon EF 70-200mm f/2.8L IS III USM
Canon EF 24-70mm f/2.8L II USM