Un triatlón puro y duro que te desafía a nadar por el fiordo de Aysén, a pedalear por la ventosa y curvilínea Carretera Austral, y a trotar por los verdes senderos que conectan con el lago General Carrera; los grandes íconos de la Patagonia chilena.
Por Paolo Ávila.
Hay innumerables razones por las que uno se siente atraído por Patagonman y su formato extremo. Esta triatlón busca conquistar 226 kilómetros de distancia en uno de los lugares más hermosos del planeta, y también bajo el clima más inhóspito y cambiante del mundo: en la Región de Aysén.
La travesía comienza bajo la luz de las estrellas, saltando desde un ferri hasta el agua helada; luego se atraviesa una sección de ciclismo que está formada por una cuesta tras otra, y se termina con una maratón de trail running que arranca en la arena y en subida, con una parte media y más cuestas, y un final donde el viento está esperando para saludarte, de frente. Este, sin duda, es un día en la vida que solo un puñado de locos elige soportar.
Sin embargo, creo que hay un factor que transforma lo brutal de esta experiencia en algo cercano, íntimo, y tiene que ver con el soporte que brinda quien asiste al atleta. En mi caso, fue mi padre quien me acompañó. Sabía que la parte de natación iba a ser la más desafiante para mí porque sufro en el agua fría, pero había poco que hacer. Solo me quedaba atravesar los 3,8 kilómetros de nado lo más rápido posible.

Había empezado a tiritar de frío arriba del ferri y sentir el abrazo helado del agua al saltar no hizo más que disparar mi instinto de supervivencia, llevándome a un estado de shock inicial. Me sentía hiperventilado y era incapaz de mantener la cabeza bajo el agua para empezar.
«Vine a esto», me recordaba mientras empezaba a dar mis primeras brazadas, intentando convencer a mis extremidades de que el dolor iba a ser pasajero. Recorrí los kilómetros y conseguí salir del agua, pero sabía que mi estado era bastante crítico. Lo interesante de la hipotermia es que uno se va apagando de a poco, como una vela, y deja de ser consciente la gravedad de la situación.
Sé que mi padre fue a mi encuentro, me abrazó y me llevó hasta la bicicleta. Más tarde me enteraría que me sacó el wetsuit y me abrigó con ropa seca, que intentó calentarme el cuerpo con pequeños golpes, que me obligó a tomar un té y comer algo, que tenía el cuerpo completamente entumecido y no podía articular palabra alguna. Me contarían, también, que todo esto le costó muchísimo ya que yo temblaba fuera de control, y que él quedó entre lágrimas preguntándose si hizo bien en dejarme ir cuando, obstinadamente, me subí a la bicicleta y salí de la T1 (primera área de transición). Todo esto me lo dirían más tarde, yo no tengo recuerdo alguno. Otro interesante efecto de la hipotermia.
Una hora más tarde, pedaleando a todo vapor en la bicicleta, había entrado en calor: sentía nuevamente mis pies y era capaz de hablar. Estaba feliz. Mi padre, en consecuencia, había recuperado su sonrisa. Por fin estábamos disfrutando la carrera y ejecutando nuestra dinámica previamente ensayada. Con precisión nos encontramos en los puntos donde yo necesitaba reabastecerme de comida y agua, todo esto, siempre acompañado con un grito de aliento. Mi padre lo estaba viviendo con la misma intensidad que yo.
En el kilómetro 100 hice la parada más larga, reequipamos la bici con todo lo necesario para la última mitad de la carrera y, antes de salir, nos dimos un largo abrazo. Fue un momento de esos que se recuerdan. Yo lo necesité a él, y él estuvo para mí.
T2 pasó rápido. El sol del mediodía ya golpeaba inclemente y los primeros 12 kilómetros de la maratón fueron duros. Mucha arena, mucha subida y poca pierna. Pero cuando el cuerpo empieza a sentir los golpes, es la cabeza la que sigue empujando para adelante, y razones me sobraban para seguir.
El recorrido era simplemente hermoso y quería verlo hasta el final. Ondulaba de arriba a abajo, metiéndose entre el bosque y sus lagunas, solo para abrirse de repente y mostrarnos el imponente Cerro Castillo. Uno quería llegar y completarlo, pero también quería que esos paisajes no se acabaran nunca.
Nos volvimos a ver con mi padre en el kilómetro 30, y para esa altura, los dos éramos un mar de endorfinas y de energía positiva ¡Ya casi lo teníamos! Durante esos últimos 12 kilómetros fui pensando en la perseverancia y determinación que se necesitan para terminar una carrera así. También en todas las renuncias que implica, para uno mismo y para el resto, pero en lo inmensamente gratificante que es vivirla.
Faltándome solo 2 kilómetros, alguien de la organización me gritó: «¡Fuerza, tu padre está esperándote en la meta!». Aún no sé muy bien cómo lo sabía, pero era cierto.
Terminar esta carrera fue cerrar una etapa y cumplir un sueño, con la fortuna de haberla compartido con gente importante. Fue vivirlo de a dos, fue vivirlo de manera personal, y también fue vivirlo con el resto de los atletas y la organización.
Para cruzar la meta, cada atleta necesitó de su propio cuerpo, y también, de al menos dos corazones. Es un orgullo saber que sin mi padre no lo hubiese logrado.
Patagonman 2020
Próxima fecha: domingo, 6 de diciembre de 2020
Ubicación: Coyhaique
3.8 kilómetros de nado
Comienza con la inmersión desde un gran Ferry a 3,8 kilometros desde Puerto Chacabuco, en el extremadamente puro y frío Fiordo de Aysén.
180 kilómetros de bicicleta
Empieza en Puerto Chacabuco y finaliza a la llegada de Villa Cerro Castillo.
42 kilómetros de trote
Parte en Villa Cerro Castillo y cubre la distancia de maratón (42,2 kilómetros) a través de fascinantes senderos, libres de pavimento y con un último tramo de ripio.
Para más info entra a www.patagonman.com